Aparte del picor carnal que todos sentimos eventualmente (bueno, unos más que otros), encontré otra forma que funciona como tal. Caminaba por la Plaza de la Constitución y escuché a una mujer que gritaba apasionadamente. Como buen shute, me acerqué al corro.
Una piedrera (adicta al crack) se dirigía en tremendo discurso a la fachada del Palacio Nacional de la Cultura. Exigía comida, sudaderos para el frío y un buen pedazo de plástico para cubrirse en este invierno. Nada nuevo.
Pero el punto de quiebra fue cuando justifica todo eso porque no se sentía en condiciones de hacer el amor con su marido, un esperpento que se sostenía de sus rodillas como si pendiera de un precipicio. Vaya imagen.
Porque si tuviera al menos sus exigencias cubiertas, podrían dedicarse al apareo en cualquier dintel de comercio del Centro Histórico, porque inclusive ellos también merecen un poco de amor y tienen derecho al deseo. Vaya política, dije para mis adentros, hasta la fecha ha sido mejor discurso que he escuchado en año electoral.
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