El viejo sillón naranja de la casa de mi infancia. La cama donde dormía para tocar el techo. La enorme cama de mis viejos jugando a la lucha libre con mi hermano. Las camas elásticas cuando era más grande. El salto es maravilloso.
Brincar de la orilla de la piscina y adentrarse en el mundo de los peces y los tritones. O del trampolín y sentir la adrenalina en la entrepierna y caer libre. Del muro de la casa a la grama debajo. Superman, Spiderman, águila, ave, astro.
Para algunas personas el salto nunca termina de salir de su sistema. Hoy transitaba por el puente del incienso cuando miré el momento justo en que un tipo brincó al vacío. No saltó. Mejor dicho, se dejó caer.
Algunos autos pararon, los que iban en el carril derecho, yo me fui y me quedó la imagen rebotando como un pin ball en el cráneo, ¿cuánto tiempo duró la caída? ¿qué se quebró primero? ¿le dolió? ¿intantánea o aun su cuerpo sigue latiendo?
¿Cuántas veces la idea no nos ha ensombrecido una tarde de estas lluviosas?
ResponderEliminarLo único que pienso ahora, es que el saltar requiere más valor del que alguna vez imaginé.
Apechuguemos los que quedamos.
Salud.
Sin duda, creo que mi acrofobia deriva en la incógnica de saltar o no, conciente o inconscientemente. Luego de una imagen así, vaya que dan ganas de abrazarnos todos. Brindo también.
ResponderEliminarQué manera tan sutil y hasta "romántica" de enganchar a un lector en un relato tan estremecedor! "El viejo sillón naranja de la casa de mi infancia" / "No saltó... se dejó caer" MIS RESPETOS! No tengo el gusto de conocerte (o conocer mucho sobre tu escritura), pero hoy me enviaron el link a esta página y después de leer este pequeño artículo, seguro me quedo! :o) Y si se vale, brindo también por el "apechugue!"
ResponderEliminarHalagadoras palabras Moniquita, gracias y bienvenida entonces a este espacio, tuyo también. Y claro, mientras tanto sigamos abrazados y brindando, pequeños paliativos para lo cotidiano.
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