SABADITO ALEGRE

La feria del libro aun despertaba cuando llegamos con Cristina, quien me acompañaba a presentar el libro El vuelo de Eluán, del periodista y novelista León Krauze. Era a las diez de la mañana y el mexicano no llegó y yo que me desvelé haciendo mis siete hojas sobre el tema.

Desayunamos con Javier Payeras unos tacos al pastor, los peores del mundo y tomamos cerveza. Nos fuimos a la presentación del libro Guía de la Arquitectura Moderna, del Centro Cultural de España y el sol nos hizo estragos. La sed. El vino y nos pusimos medio borrachos. Mucha gente. Loas a los realizadores, una guía chula y práctica para conocer en cuatro rutas la ciudad de Guatemala.

Javier tenía que ir a escribir su columna a su casa y no quería irse de fiesta. Me lo estaba repitiendo desde la mañana y a todo esto eran las dos de la tarde. Vamos a comer algo y te voy a dejar, le dije. Paulo Alvarado y Julio Serrano se nos unieron al almuerzo. Aída Aguilar, Benvenuto Chavajay, Maya y Jorge, de quienes no me acuerdo el apellido.

Cerveza, maravillosa cerveza. Tequila para Paulo. Sopa para mí y carne asada. Más cerveza y fotos con todos, nos divertimos mucho probándonos los lentes Wayfarer de alguien. Éramos los Blues Brothers y hablábamos de todo, iluminados. Una tarde maravillosa sin lluvia y con amigos.

Vamos a mi casa y miran la exposición, dijo Aída. Está bien dijimos todos. Ella vive en la zona 2 y su casa es una galería de arte que se llama La Libélula y tiene una expo linda que vale la pena ver. Vino tinto malbec. Tomarlo era como tomar vino con amigos. Una delicia. Nos cagamos de risa y Javier encontró un libro suyo perdido hace cinco años, uno sobre poetas norteamericanos.

Mensajes de texto avisando la cancelación de la fiesta de despedida de Pilar y Gimbo, dos cooperantes españoles que trabajaban en el CCE y les llegó su hora. No. Simplemente se cambiaba de lugar. Yo tenía la apertura de la exposición de Álvaro Sánchez en Antigua Guatemala y no me dejaron irme por lo borracho que iba. Julio se fue con su amigo a Antigua. Javier se fue a su casa al fin, parece que tenía que escribir su columna del miércoles. O simplemente escribir que es como seguir la fiesta pero solito.

Decidimos ir a la despedida de los españoles. Carne asada y chorizo. Una casa linda donde habitaba una gata igual llamada Margarita que tenía la manía de comerse a sus hijos, pero era bella la felina y tenía un collar azul. La gente llegaba y llegaba y nosotros caíamos y caíamos. Estridencia y necedades propias del fiestero, ponete esta canción, quiero una chela, no de la otra marca, un ron pero bien fuerte, y mi encendedor?, lo tenés en la mano, entre otras.

Siete tequilas al hilo me cerraron la venta. Suficiente, me quiero ir y nos fuimos. Habías dos bebés lindos en la pista de baile, uno de Mauricio Acevedo, el fotógrafo chilango y se llamaba Teo. De seis meses. El otro de Laura e Isaac, no me recuerdo el nombre. Era medianoche y me dormí pensando que esta ciudad me gusta, que tengo que escribirla porque ella me escribe a mí. Somos uno del otro, rata de ciudad, ciudad de Juan Pablo, de estas calles y nuestra condición de amantes. El amor existe y viene de la mano del concreto. Es posible amar a una idea, la más defenestrada, la puta, la peor ciudad de este mundo para unos. Nunca encontré tanta literatura en un basurero.