YO TAMBIÉN QUIERO UNA ORDEN DEL QUETZAL

A través de mi historia personal, desde que era niño, siempre he ganado premios segundones y de consuelo. Medallas por participación, diplomas de presencia, segundos y terceros lugares en todo. Desde atletismo, donde mi especialidad era la velocidad, nunca llegué de primero, siempre de segundo o tercero (100 y 400 metros), por lo tanto eso de "especialidad" no aplica del todo, porque obviamente había alguien más especializado que yo.

Fui parte de la selección de waterpolo y de basquetbol del colegio y a pesar de ser un equipo de talento y que nos fajábamos bajo el sol las tardes entrenando y gastando zapatos en las canchas de concreto (y la piscina en el caso del wp), nunca ganamos nada. Sólo en una oportunidad alzamos la copa intercolegial en basquet porque el otro equipo no se presentó a la cancha de juego. Celebramos como degenerados.

En periodismo de igual forma. Segundo lugar en un concurso de periodismo turístico que tuvimos que dividir entre tres, lo que significa, nada. El único premio que atesoro realmente en este campo es la medalla de plata de la Society of News Design, que ni siquiera fue de periodismo escrito, si no de diseño y el crédito es de Villacinda por crear Monitor.

En la literatura ni digamos. "Eso de los premios literarios es una lotería", decimos aquellos que no hemos sido beneficiados por las mieles del jurado. En mi caso, oh destino fatuo, siempre de segundo y tercero. El Myrna Mack y el Miraflores, en poesía; el Mario Payeras y el de Secretaría de la Paz, en cuento. En todos, reconocimiento como "el que casi nos gustó". Me consuelo al saber que al menos hay un caso maravilloso de un segundón fabuloso.

Fue en 1967 para la primera edición del premio de novela Rómulo Gallegos cuando lo ganó Mario Vargas Llosa con su novela La Casa Verde. La prensa había elegido dos finalistas: Juntacadáveres, de Juan Carlos Onetti y Los burgueses, de Silvia Bullrich. Ninguna ganó. Cuando la prensa entrevista a mi uruguayo favorito sobre el fallo donde coincidentemente ambas novelas, la de Vargas y Onetti, tratan sobre prostíbulos, dijo estoicamente: "El putero de Mario tenía banda, y el mío no". Efectivamente así es.

Entonces, volviendo a historias menos interesantes, básicamente, soy un perdedor reconocido. Porque los demás, los mediocres, ni siquiera llegan a premios de consuelo, pero heme allí, en el escaño con un número 2 debajo de mis pies, frente al mundo que sabe que no fui ni lo suficientemente rápido ni talentoso para estar parado sobre el 1. O sea, soy el primer perdedor. Hurra.

Bueno, ya que estoy acostumbrado a recibir premios de consuelo. Por eso pido oficialmente y desde este espacio la Órden del Quetzal, un premio menoscabado a través de la historia donde el presidente de turno la ofrece a diestra y siniestra sin ningún estípulo claro. Es decir, la dan porque sí.

Caso más claro el de Colom quien estuvo tocando la puerta de los aposentos de Fidel Castro para poder entregarle la medalla, como si fuera aquel perrito de las caricaturas que brincaba a la par del perro bravo adulándolo para obtener su reconocimiento, mientras que el otro, ni caso le ponía.

Así que, como ya anteriormente expuse, dado mi sino segundón exijo me sea concedida la medalla porque históricamente, es un premio que no necesariamente se da por sus logros sobresalientes, si no por caerle bien o no a un personaje. Y el presidente, mi empleado porque le pago el sueldo con mis impuestos, debe de ganarse mis favores.

En esta nota de Gemma Gil de Prensa Libre pueden encontrar un listado de personajes polémicos que la han recibido, como Pinochet, Mussolini, Jorge Slim (idea del conejo Berger quien se la otorgó a la sóla amenaza de invertir en Guatemala, vaya incentivo). Esto no significa que educadores, intelectuales, empresarios, sociedades que la han recibido, sean igual de nefastos como los que menciono. Simplemente, cualquiera puede optarla pidiéndolo en la cancillería. Apúntese usted también que aporta a Guatemala.