
(Antes de cualquier cosa... mi nuevo header es cortesía de Súa Ágape, una talentosa ilustradora, me hizo una caricatura que no la encuentro, pero cuando lo haga, la coloco. Muchas gracias querida amiga! Visiten su blog AQUI).
Para ser sincero, pensé que viviría toda mi vida en el Centro Histórico. Es que es tan chic. La pulcritud de sus calles, los amables carteristas, la piratería y el arte (¿sinónimos?), los bares, sus limpios baños, la amabilidad de los policías, los talentosos artistas, esos divertidos borrachitos, los agentes de turismo que se visten de mujer, políticos degustando una cervecita con el pueblo y bueno, no sigo porque puedo dar una falsa impresión a los que me leen de otros países.
Viví durante cinco años en esta zona donde me cambié de casa tres veces. El Centro Histórico es el corazón de Guatemala, de acá se bombea la buena vibra y la mala sangre a todo el país y es un raro honor haber sido una célula de esto.
Sin duda, es una de las zonas más cotizadas para todos aquellos que quieren estar cerca de la crema y nata del quehacer cultural nacional. Todas las disciplinas confluyen en estas calles donde una amalgama espera como cantos de sirenas a todos los Ulises perdidos que andamos en el mundo.
El artista vive creando una retórica de excentricidad sui generis. Inventa maneras de hablar, de andar, de vestirse, de conducirse, que tomando un poco de distancia, realmente da risa. Los gremios se conocen por las manadas en que pastan-beben en los bares: artes escénicas, plástica, y no podían faltar, los escritores, entre muchos otros.
El Centro es un ente que soporta un montón de castas que a primera vista parecieran completamente ajenas unas de las otras, pero que son complementarias. Simbióticas. Los comerciantes informales que sobreviven al día, los políticos que piensan hacer algo para el país pero realmente trabajan por intereses personales, los artistas que piensan que vivir o trabajar desde el centro los acerca a la realidad, a su gente; mientras que al común de los mortales le vale verga todo lo que los artistas y políticos hacen.
En fin. Vivir allí es forjarse a fuego en la patria de la paciencia y la tolerancia. A los que odian el tráfico, no pueden estar allí, los homofóbicos, menos, los que aman los baños limpios, los que aborrecen a los evangélicos cantacoritos, a los católicos forjalfombras, a los mayistas, a los manifestantes de muladas, a los que se toman en serio los anuncios de la piratería, y un largo etcétera.
Encontré la felicidad aquí, en el Centro. Fui inmensamente feliz en esta ciudad. Luego fui completamente triste. Hay tanto que dejo acá que no me da pena, pero al mismo tiempo, animal de costumbres que soy, no quiero cambiar.
Sirva este inconexo texto como homenaje a todas aquellas personas y lugares que hicieron de mi estancia en esta zona un caudal de historias que actualmente se aglutinan en un largo texto novelado, que ojalá no me termine derrotando como lo hizo el halo naranja de la noche de estos barrios.
Así que antes de convertirme en un turista del Centro, mis últimas palabras como local:
- Adiós travestis de cuerpo de perro parado en dos patas.
- Rockeros soñando conquistar el mundo con... ¿rock?
- Diputados que buscaron mi voto para el listado nacional... y lo obtuvieron.
- Poetas contestatarios por no tener paz... ni pisto.
- Bellas bailarinas de ballet borrachas tiradas en la calle.
- Hiphoperos mareros.
- Periodistas alegones por todo esperando ser los voceros del siguiente gobierno.
- Oenegeros con sueños hermosos como sus todoterreno BMW X5.
- Artistas plásticos tan identificados con el pueblo... que se vuelven ladrones.
- Burócratas que cambian el sistema desde sus Olivetti M40.
- Escritores tan talentosos... sin comentarios.
- Periodistas culturales tan desactualizados que piensan que son los mejores.
- El maldito vendedor de juegos piratas que nunca me funcionaron.
- Las mucamas bailarinas de cumbia dominguera.
- Esos que brindan conmigo y luego escriben anónimos.
- La profunda amistad de unos vagos de la esquina basada en la lástima.
- Los taxistas vendedores de cocaína.
- Bares gay tan alegres que simulan el infierno... o el cielo.
- La vez que casi nos corren unos playeras negras por llegar de saco y corbata al Valhala.
- Buscandole amor a Estuardo Prado en la 17 calle.
- Tardes mirando piratería para no verme a mí mismo derrotado y desempleado.
- Campanas de las seis de la tarde.
- Monitor y mi gente del Siglo.
- Tacos del conservatorio.
- Ceviches y mochilas.
- Calles oscilantes cuando éramos perros sin dueño mis amigos y yo.
- Cineastas llorando por lo caro que es hacer cine en Guate (¿y por qué no se dedican a otra mierda, pué?)
- Los gritos de gente desesperada en las noches por drogas o amor.
- Trovadores sacabostezos.
- DJ´s muerte al baile.
- Feministas tan feas y desaliñadas que dan ganas de sacarse los ojos.
- El olor de la sección de flores del mercado central.
- Refrescos de la Refresquería El Divino Rostro.
- Cooperantes mayas.
- Mayas europeizados.
- Riquillos haciendo turismo extremo por el pasaje Aycinena.
- Cenar a puras bocas en el Granada o El Portalito.
- Bad Attitude, Black and White, Sabina, Europa, 100 Puercas, El Canoso y el mejor de todos, El Agapito.
- Esa dura intensidad de Cristina y que tanta falta me hace la cachorra, desde que la perdí, me perdí.
- La locura de esos años forever gone...