CRÓNICAS MALDITAS: EL LAGO

La cosa es que nos vieron con cara de asco cuando aparecimos esa noche en la fiesta. Estábamos tomando copiosamente desde la tarde por el nacimiento de mi hijo y yo celebraba algo que no entendía del todo. Era en una casa al lado del lago y los chicos bien tenían a sus novias bien allí con ellos. Nosotros ahogados de borrachos.

Mirábamos de soslayo a sus mujeres y ellas lo hacían de vuelta pero la percepción aguardentosa del alcohol nos impedía dilucidar que su mirada era de lástima mezclada con asco, como cuando yo miro a un pobre. No importa. Estábamos concentrados en sus tetas y las nalgas. Y los niños bien trataban de hacer chiste de nosotros haciendo juegos de palabras y frases intrincadas para confundirnos y hacernos decir estupideces para su gozo.

Se servían en altos vasos de vidrio, hielo, jugo de naranja, de durazno, dos onzas de vodka. A nosotros nos dieron los desechables de plástico y servimos ron y coca y al buche. Dos seguidos. Seis seguidos. Hay un punto en la borrachera en que se topa el nivel de alcohol y por más que se siga tomando, no se logra nada más si no resaltar las tetas y el culo de la mujer ajena.

Todo es borroso. Nunca he logrado ver bien a pesar de la sobriedad. Nos tomamos todo su ron. Nos fuimos y manejando de regreso una llamada nos acusaba de haber robado los limpiabrisas de todos los autos caros que estaban parqueados en la mansión del lago. De nada nos sirven los limpiabrisas, soy cualquier cosa menos un terrorista del lujo.

Llegamos a no sé donde. Vomitamos cada uno a diferentes tiempos. En el camino, en una curva, frente al Starmart, la puerta de un vecino, toda la vida. Cuando vomito se me salen lágrimas del esfuerzo. Es una forma de llanto. Lloraba el día que nació mi hijo.