viernes, 30 de abril de 2010

LOS RITOS: BREVE GUIA SOBRE NUEVA YORK

No entendía a José Hierro, ese poeta español de cara constricta y calvo y duro como un clavo de tren, en su libro Cuaderno en Nueva York, cuando le dedicaba a esa ciudad robot, literatura.

Claro que Hierro hacía un referente previo a otro español pasado por armas por rebelde y poeta como lo fuera Federico García Lorca, quien se maravilló en sus maricones ojos al ver tanto concreto y capitalismo, en su eterno Poeta en Nueva York.

O cuando José María Cano compone No hay marcha en Nueva York, otro hispano, que canta su mal viaje por la urbe del mundo desde el pop. El mejor pop en español que ha dado el planeta.

Nueva York es la Disneylandia del adulto. De pequeño en el distrito de Anaheim en California, aluciné porque había de todo en ese reino de la fantasía. Ahora a mis 34 años lo hice a 4,500 kilómetros de la tierra de Mickey Mouse.

No encontré la ciudad oscura de los novelistas policiacos, ni la jovialidad jazzística de mi demonio de la guarda Charlie Parker. Simplemente me encontré con un ente de hondo respirar.

Es tan bello eso. Y no hablo de mí, claro, si no la ciudad. Es “eso“ que se busca. El motivo detrás del desasosiego. Posiblemente para ustedes sea París, Tokio, Antigua, pero para mí es NYC.

Llegué un domingo por la tarde y salí de ella el lunes a medianoche. 36 horas apenas y el amor fue inmediato. Bueno, entiendan que esta apreciación viene de un misántropo que tenía de no salir del país en plan vacaciones, una década.

Y que siempre sueña con urbes maravillosas y terribles. O imperios totalitarios que regularmente son los que poseen tales maravillas. Por eso soy católico y sueño con el Vaticano. Y Moscú. Y Ciudad Gótica. Sin City.

Soy un fetichista de los ritos y una gran ciudad está compuesta de tales. Wallstreet es un buen ejemplo. Saliendo del metro nos topamos un cuarteto de corredores de bolsa.

Nos topamos, me refiero junto a mi amigo Melvin, mi compañero de viaje. Ellos eran de una especie diferente. Las castas, mis amigos, no han desaparecido ni lo harán jamás.

Tres de trajes de diseñador y uno sin saco. Este llamó mi atención - hueco sos - pero es cierto: alto, moreno y cabello negro lacio. Zapatos italianos y un chaleco de seda con parches de casimir al frente. Por atrás se leía en itálicas claramente Hermès.

Mancuernillas de lapislázuli y dueño de la calle. Y de muchos millones en sus manos, propios y ajenos, supongo. Caminaban ellos frente a nosotros y ni siquiera repararon en el jolgorio del entorno.

Los ritos de estos efebos verdes me recuerdan para siempre a la novela American Psycho, de Brett Easton Ellis y sus competencias entre la parafernalia del lujo (hay una película de culto sobre ella).

Yo nací para el lujo, no puedo evitarlo, y verlos a ellos también me despierta cierto morbo sobre el quehacer de sus días. Nunca escribiré una novela sobre ellos, es lo único que sé.

Y así pasaron, de un edificio a otro. Y ya. Desaparecieron para siempre de mi vista. Como esas visiones de otro mundo, el que todos conocemos. El del cine.

Y sí, Nueva York ha sido construida por miles - no de personas - si no de películas. Es una ciudad no de concreto, si no de celuloide.

4 comentarios:

Mariana Borrego dijo...

and I bet you baby, if you can make it there, you know, Im honna make it just about anywhere!

Fabrizio Rivera dijo...

Que genial visita a NYC, no la tuya, sino la mía a través de tu narración.

No conocí nunca un sitio como NYC... resumen de la humanidad, de lo bueno y lo malo.

Cuando regreso siempre trato de intoxicarme mis ojos, lo consigo en 12 minutos.

Saludos.

Lester Oliveros dijo...

como la particula de Cesar Aira en el Te de Dios...jajaja.

Mauricio González dijo...

@Fabricio, muy deacuerdo. Uno se va de viaje con vos cuando lee estas vainas.

Espero el tercero, si tenés la intención de hechartelo.