Un volcán de azúcar se yerge frente a mí. Es enorme, la cosa más grande y dulce que he visto en mi vida. Mide 50 metros de altura y tiene el radio del Krakatoa, calculo. Crece por medio de goteo millonario.
Una banda transportadora hace resbalar granos, incontables granos dulces por su cono hacia la base. El aire. Respirar este aire es como inhalar velos de algodón de azucar. Marea con un sopor drogadíctico.
No lo soporto y salgo de esa galera que es la cosa más grande que he visto, más que el volcán ocre que contiene. Para toparme de narices con la llanta de una grúa. Ese halo, pedazo de noche inflado, corazón de acero, sólo la llanta, mide más que yo. Tres veces yo.
Si fuera un transformer se convertiría en Pantagruel, o Bárbol o en El Gran Alfonso, mi abuelo. Un ser que sube su brazo y mueve de un lado a otro las nubes. Él sí es la cosa más grande que he visto en mi vida.
2 comentarios:
que bonita la última parte, me hizo tener una sonrisa más el día de hoy...
Bárbol, buena, muy buena comparaci[on.
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