viernes, 1 de febrero de 2013

EL ELEGIDO, RAFAEL ROMERO



Lo primero que me dio al empezar a leer el libro fue tristeza. Tristeza de querer haberlo escrito yo. Es una historia tan simple, cotidiana, tan calle y avenida que es tarea de un observador nato caer en cuenta de que allí hay un hervor de vida. En este momento, señores y señoras, debajo de nosotros, en la esquina sucede una historia igual a la contada en "El Elegido".

Cuando ustedes vayan llegando a sus casas, en ese preciso instante en algún lado de esta urbe, escenas iguales sucederán a las descritas en esta maravillosa, apasionante y tétrica novela, escrita por Rafael Romero.

Esta obra es una máquina del tiempo, a nivel personal. Me hizo viajar por varias décadas - tres para ser exactas - que justamente coinciden con mi infancia, adolescencia y temprana juventud. Los lugares que trata, que describe, se me hicieron conocidos y muy familiares.

Cuando yo era niño pasaba mis vacaciones junto a los abuelos maternos en una casa gigante en Escuintla, a la par del mercado central de esa cabecera departamental.

¿Algunos de ustedes ha tenido a bien visitar dicho mercado? ¿No, nadie? Se los describo... huele a mercado central de pueblo. Es decir, es una avalancha de olores putrefactos de vísceras, vegetales, frutas, verduras, las alcantarillas despiden ese cóctel infame de aromas capaces de dejar catatónico a cualquier foráneo. Es un aroma gigante, es un estado de la materia, una cruda eterna.

Yo, niño preppie de ciudad, moría durante dos días cada vez que llegaba de vacaciones, antes de ser absorbido por ese mundo apasionante de cargadores de bultos, muchos de los cuales eran bolitos del mercado y del parque, de carniceros, de vendedoras de todo, de comerciantes de nada, de cosas tan básicas y necesarias, como las revistas de Hermelinda Linda y Aniceto.

Yo pasaba mis días en la casona de mi abuela, que mantenía una miscelánea gigantesca con refrescos, panes, jugos, licor, cigarros, ropa y cualquier golosina de la capital, al por mayor. Era una casa que ahora cumple tres generaciones en la familia.

Las mareas sociales son sui géneris allá, pero algo en mí me hizo fijarme más en las castas más bajas de lo que sucedía en esas latitudes. Allí me hice amigo de los borrachos, de los cargadores, de sus vidas duras en las tablas, de la jauría siempre cerca y lejos de otros igual que ellos. Amores y traiciones. Historias que ahora son patria de la imaginación. Recuerdo algunos nombres, Terremoto, Chimalteco, Cuca, Zope Cojo, Poli y un largo etcétera.

Habitantes de una realidad que no es de Escuintla, que no es de Guatemala. Pero tampoco de Estados Unidos, ni de Londres o Shanghái. Porque esa casta pertenece a ella misma. Me explico, usted puede cambiar un chara del mercado de Escuintla por un bolito de Piccadilly Circus, y ambos vivirán y se adaptarán a las condiciones, a las nuevas reglas del juego.

Eso sí cambie a usted a un ejecutivo de Manhattan al parque Colom y como si hubiera llegado a un planeta extraño, morirá pataleando como grillo que le cayó Baygón del cielo, es decir, saldrá corriendo pero a los 50 pasos ya está tirado de espaldas moviendo las manitas, despidiéndose de este vida.

Los charas, bolos, vagos, pata de chuchos todos están más allá del bien y del mal. Son sobrevivientes, son seres extremadamente duros, no les pasa nada porque les pasa de todo. La cura del Sida está en la sangre de alguno de esos cabrones que al mismo tiempo curará el cáncer y el mal de ojo de una vez por todas. Los bolitos son mis amigos. Es más tengo a varios de amigos cercanos... y muchos son escritores.

"El Elegido" es eso: una novela de la sobrevivencia, un texto armado con tal arquitectura que sorprende, un lenguaje que al ojo superficial, denotará malcriadez, mal uso del idioma, poco empeño en el cuido, mal gusto, mala educación, lo soez, lo chabacano, lo malo que es esto para la tradición de la literatura.

Pero allí está la primera trampa: el lenguaje. Eso que les menciono será el juicio de la gente que pasó por la escuela, pero no sabe leer. Me refiero de los analfabetas funcionales. Ese juicio es pobre. Porque no es el autor quien habla, son los personajes y es imposible que los personajes hablen de una manera dilecta, educada y de buena forma.

Entrecomillemos esto último: “de buena forma”, no hay "forma buena" en la comunicación. Sólo comunicación a secas y efectiva, y ese grupo social, esa casta baja en la escalera de clases, se comunica de esa forma. Así que el lenguaje en que "El Elegido" está escrita, esa primera trampa, se convierte en el primer acierto.

Rafael recurre a inventar palabras, a reescribirlas a hacer un lenguaje del oído, muy sonoro y críptico acaso para aquel ajeno a la realidad nacional. Es argot per se, y como todos aquellos que nos dedicamos a las comunicaciones sabemos, es allí donde precisamente, en el argot, en que se generan los cambios en los idiomas. La Real Academia Española lo sabe.

Por lo tanto, el esfuerzo lingüístico realizado en esta novela se agradece y se admira, porque logra mantener el flujo rítmico a través de sus siete capítulos delirantes, de las voces narrativas que allí aparecen. La vida de los personajes se debate en ese juego de palabras tan costumbristas chapinas que todos, sin excepción, las hemos dicho, escuchado, asimilado y reído al verlas utilizadas en ciertos contextos.

Es una novela urbana porque definitivamente los sucesos se llevan a cabo en la región metropolitana, pero el uso del idioma también le ofrece un tinte costumbrista que muchos autores guatemaltecos han recurrido a él para contextualizar su obra.

Por ejemplo José Batres Montúfar que en sus textos recurre a la simplicidad de la comunicación para convertir literatura en un espejo de su tiempo. Lo mismo hace Pepe Milla con sus fabulosas novelas, donde nadie en Guatemala ha sido tan leído y vendido como este último. Todo por lograr llevarnos a un tiempo desconocido por todos nosotros, pero cercano gracias a su excelsa literatura. Rafael nos ofrece algo de lo mismo, no en la misma línea, pero con el mismo fondo: hacer una fotografía de su tiempo, lo que es al final, lo que busca y hace la buena literatura.

Hablamos así mismo, de voces que retumban, de plumas como Luis Alfredo Arango. Ese fantasma se manifiesta en pleno en esta novela, hago este contexto antes de mencionar en pleno a Marco Antonio Flores, quien pareciera ser a secas la mayor influencia para escribir esta novela. Pero no, hay en "El elegido", una tradición que se gesta hasta allá por los albores del siglo XVIII.

Hay en este vino escrito, una melodía que incluye cepas nacionales como las mencionadas, así como rasgos de naturalismo devenido en realismo sucio. Charles Bukowski levanta la mano, John Fante, e inclusive un dejo de tristeza y aventura de don Hemingway.

Esa tristeza solapada la encontré en "Por quién doblan las campanas", cuando Hemingway habla de Robert Jordan que deja su patria para ir a luchar a otra. En busca de aventura y hago en este momento un símil respecto de la vida de Rafael Romero, quien también abandona su país de origen para ir en pos de la aventura. Su forma de estar cerca con su país, con su sangre, en el pedazo donde dejó enterrado el ombligo, es escribir.

Estoy seguro, segurísimo que Rafael Romero no escribió esta novela para sus amistades y familia españolas, lo hizo como una metáfora, una forma de tirar un ancla a este lado del charco. Es su deuda con Guatemala, Rafael escribió "El Elegido" para nosotros. Sin pretensiones literarias, hizo una novela redonda, justa para su causa. Talvez no le gane muchos lectores españoles o de otros hispanohablantes, que la verán dura de entender, repleta de un caló y argot muy difícil para ellos. Gracias por escribir para nosotros entonces.

Les cuento todo esto porque al degustarla, al leerla, esos sabores con sus voces me vinieron a la mente. Al paladar literario. Mis felicitaciones al autor y para ustedes lectores, prepárense para un trago duro de realidad nacional: alcoholismo, drogadicción, prostitución infantil. Felicitaciones a ustedes por leerla: se graduaron de chapines. 

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