Lo primero que me dio al empezar a leer el libro
fue tristeza. Tristeza de querer haberlo escrito yo. Es una historia tan
simple, cotidiana, tan calle y avenida que es tarea de un observador nato caer en cuenta de que allí hay un hervor de vida. En este momento, señores y
señoras, debajo de nosotros, en la esquina sucede una historia igual a la contada
en "El Elegido".
Cuando ustedes vayan llegando a sus casas, en ese preciso instante en
algún lado de esta urbe, escenas iguales sucederán a las descritas en esta
maravillosa, apasionante y tétrica novela, escrita por Rafael Romero.
Esta obra es una máquina del tiempo, a nivel personal. Me hizo viajar
por varias décadas - tres para ser exactas - que justamente coinciden con mi infancia,
adolescencia y temprana juventud. Los lugares que trata, que describe, se me
hicieron conocidos y muy familiares.
Cuando yo era niño pasaba mis vacaciones junto a los abuelos maternos
en una casa gigante en Escuintla, a la par del mercado central de esa cabecera
departamental.
¿Algunos de ustedes ha tenido a bien visitar dicho mercado? ¿No,
nadie? Se los describo... huele a mercado central de pueblo. Es decir, es una
avalancha de olores putrefactos de vísceras, vegetales, frutas, verduras, las
alcantarillas despiden ese cóctel infame de aromas capaces de dejar catatónico
a cualquier foráneo. Es un aroma gigante, es un estado de la materia, una cruda
eterna.
Yo, niño preppie de ciudad, moría durante dos días cada vez que
llegaba de vacaciones, antes de ser absorbido por ese mundo apasionante de
cargadores de bultos, muchos de los cuales eran bolitos del mercado y del parque,
de carniceros, de vendedoras de todo, de comerciantes de nada, de cosas tan
básicas y necesarias, como las revistas de Hermelinda Linda y Aniceto.
Yo pasaba mis días en la casona de mi abuela, que mantenía una
miscelánea gigantesca con refrescos, panes, jugos, licor, cigarros, ropa y
cualquier golosina de la capital, al por mayor. Era una casa que ahora cumple
tres generaciones en la familia.
Las mareas sociales son sui géneris allá, pero algo en mí me hizo
fijarme más en las castas más bajas de lo que sucedía en esas latitudes. Allí
me hice amigo de los borrachos, de los cargadores, de sus vidas duras en las tablas,
de la jauría siempre cerca y lejos de otros igual que ellos. Amores y
traiciones. Historias que ahora son patria de la imaginación. Recuerdo algunos
nombres, Terremoto, Chimalteco, Cuca, Zope Cojo, Poli y un largo etcétera.
Habitantes de una realidad que no es de Escuintla, que no es de
Guatemala. Pero tampoco de Estados Unidos, ni de Londres o Shanghái. Porque esa
casta pertenece a ella misma. Me explico, usted puede cambiar un chara del
mercado de Escuintla por un bolito de Piccadilly Circus, y ambos vivirán y se adaptarán
a las condiciones, a las nuevas reglas del juego.
Eso sí cambie a usted a un ejecutivo de Manhattan al parque Colom y
como si hubiera llegado a un planeta extraño, morirá pataleando como grillo que
le cayó Baygón del cielo, es decir, saldrá corriendo pero a los 50 pasos ya
está tirado de espaldas moviendo las manitas, despidiéndose de este vida.
Los charas, bolos, vagos, pata de chuchos todos están más allá del
bien y del mal. Son sobrevivientes, son seres extremadamente duros, no les pasa
nada porque les pasa de todo. La cura del Sida está en la sangre de alguno de
esos cabrones que al mismo tiempo curará el cáncer y el mal de ojo de una vez
por todas. Los bolitos son mis amigos. Es más tengo a varios de amigos cercanos... y muchos son escritores.
"El Elegido" es eso: una novela de la sobrevivencia, un texto armado con
tal arquitectura que sorprende, un lenguaje que al ojo superficial, denotará
malcriadez, mal uso del idioma, poco empeño en el cuido, mal gusto, mala
educación, lo soez, lo chabacano, lo malo que es esto para la tradición de la
literatura.
Pero allí está la primera trampa: el lenguaje. Eso que les menciono
será el juicio de la gente que pasó por la escuela, pero no sabe leer. Me
refiero de los analfabetas funcionales. Ese juicio es pobre. Porque no es el
autor quien habla, son los personajes y es imposible que los personajes hablen
de una manera dilecta, educada y de buena forma.
Entrecomillemos esto último: “de buena forma”, no hay "forma buena" en
la comunicación. Sólo comunicación a secas y efectiva, y ese grupo social, esa casta baja
en la escalera de clases, se comunica de esa forma. Así que el lenguaje en que "El Elegido" está escrita, esa primera trampa, se convierte en el primer acierto.
Rafael recurre a inventar palabras, a reescribirlas a hacer un
lenguaje del oído, muy sonoro y críptico acaso para aquel ajeno a la realidad
nacional. Es argot per se, y como todos aquellos que nos dedicamos a las
comunicaciones sabemos, es allí donde precisamente, en el argot, en que se
generan los cambios en los idiomas. La Real Academia Española lo sabe.
Por lo tanto, el esfuerzo lingüístico realizado en esta novela se
agradece y se admira, porque logra mantener el flujo rítmico a través de sus
siete capítulos delirantes, de las voces narrativas que allí aparecen. La vida
de los personajes se debate en ese juego de palabras tan costumbristas chapinas
que todos, sin excepción, las hemos dicho, escuchado, asimilado y reído al
verlas utilizadas en ciertos contextos.
Es una novela urbana porque definitivamente los sucesos se llevan a
cabo en la región metropolitana, pero el uso del idioma también le ofrece un
tinte costumbrista que muchos autores guatemaltecos han recurrido a él para
contextualizar su obra.
Por ejemplo José Batres Montúfar que en sus textos recurre a la
simplicidad de la comunicación para convertir literatura en un espejo de su
tiempo. Lo mismo hace Pepe Milla con sus fabulosas novelas, donde nadie en
Guatemala ha sido tan leído y vendido como este último. Todo por lograr
llevarnos a un tiempo desconocido por todos nosotros, pero cercano gracias a su
excelsa literatura. Rafael nos ofrece algo de lo mismo, no en la misma línea,
pero con el mismo fondo: hacer una fotografía de su tiempo, lo que es al final,
lo que busca y hace la buena literatura.
Hablamos así mismo, de voces que retumban, de plumas como Luis Alfredo
Arango. Ese fantasma se manifiesta en pleno en esta novela, hago este contexto
antes de mencionar en pleno a Marco Antonio Flores, quien pareciera ser a secas
la mayor influencia para escribir esta novela. Pero no, hay en "El elegido", una
tradición que se gesta hasta allá por los albores del siglo XVIII.
Hay en este vino escrito, una melodía que incluye cepas nacionales
como las mencionadas, así como rasgos de naturalismo devenido en realismo
sucio. Charles Bukowski levanta la mano, John Fante, e inclusive un dejo de
tristeza y aventura de don Hemingway.
Esa tristeza solapada la encontré en "Por quién doblan las campanas",
cuando Hemingway habla de Robert Jordan que deja su patria para ir a luchar a
otra. En busca de aventura y hago en este momento un símil respecto de la vida
de Rafael Romero, quien también abandona su país de origen para ir en pos de la
aventura. Su forma de estar cerca con su país, con su sangre, en el pedazo
donde dejó enterrado el ombligo, es escribir.
Estoy seguro, segurísimo que Rafael Romero no escribió esta novela
para sus amistades y familia españolas, lo hizo como una metáfora, una forma de
tirar un ancla a este lado del charco. Es su deuda con Guatemala, Rafael
escribió "El Elegido" para nosotros. Sin pretensiones literarias, hizo una novela
redonda, justa para su causa. Talvez no le gane muchos lectores españoles o de otros hispanohablantes, que
la verán dura de entender, repleta de un caló y argot muy difícil para ellos.
Gracias por escribir para nosotros entonces.
Les cuento todo esto porque al degustarla, al leerla, esos sabores con
sus voces me vinieron a la mente. Al paladar literario. Mis felicitaciones al
autor y para ustedes lectores, prepárense para un trago duro de realidad
nacional: alcoholismo, drogadicción, prostitución infantil. Felicitaciones a ustedes
por leerla: se graduaron de chapines.
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