La rabia del sol se convierte en un gemido: el calor se desvanece en la brisa de la playa que refresca el ambiente y aviva el incendio de los pastizales allá a medio kilómetro. Las llamas se levantan sin control.
En las arenas duras de la playa, breves chorritos se levantan donde almejas hacen sus casas, profundas, levantando agua salada que filtran para comer bichos marinos. El oro de la arena, esas finas partículas brillan a la par del hierro. Vaya metales para la minería.
Puedo imaginar estas apacibles playas invadidas por máquinas de ruedas grandes, de sierras del tamaño de avenidas cortando la tierra, sacando metales y reduciendo todo con ácido. Seguramente se perderían para siempre las almejas y la escuela de marsopas que juega en este momento en las olas.
Busco la botella y le doy un trago largo, mientras la espuma se acumula en mi garganta. Las olas hacen espuma salada que juega con los breves cangrejos que corren de espaldas al mar centellando las inofensivas tenazas para alguien como yo o el pico de la gaviota que planea con los ojos semi cerrados viendo hundirse al sol.
De regreso a la casa, paso por la avenida principal y la gente se arremolina alrededor de la televisión que convoca con su gravedad a estas almas aburridas del calor y la monotonía: ríen con inocencia a las burradas de Don Francisco en Sábado Gigante y miran con lascivia a las modelos.
Es un pueblo inocente que se dedica a las labores campiranas, andan la mayoría en bicicleta con ese dejo tan natural que hace que me caigan bien, contrario al fariseo ciclista hipster que eleva su calidad moral sobre los conductores. Acá tener un carro es posiblemente la mayor aspiración.
Hice cola una hora en el único café internet que cuenta con una computadora que es usada principalmente para ver Facebook, descargar canciones de bachata. Vi a unas chicas tomarse fotos con la cámara web para enviarlas a un chico de no sé dónde.
El calor de El Semillero, vaya estampa para las noches desiguales, vaya noche de ritmos sencillos donde el reggaeton no molesta tanto, porque no viene amarrado a la violencia, y transitar despacio no es tan desesperante, pese a que la carretera tiene más agujeros que el congreso de la República.
2 comentarios:
tremendo legado de palabras por escribir que Papa Salva, dejo... paisajes por disfrutar para el reto;o .... me encanto! como siempre loveya!
Olvidate, el sabio y parco abuelo. Nuestro origen, Papa Salva. Un abrazo prima.
Publicar un comentario