La noticia como un disparo a la una de la mañana, el eco largo de las palabras: la tía Margie murió. Ya no pude dormir. Algo tienen esas llamadas en plena noche que despiertan el mecanismo de la memoria y me dio por recordar.
Acaso los primeros indicios de la elegancia me vienen por medio de la imagen de esa señora de gestos amables y maneras tan educadas que era imposible no respetarle en su dulzura.
Poco sé de su venida a Guatemala; solo que fue por amor: se enamoró perdidamente de un ingeniero conquistador y casaquero, mi tío abuelo. A los meses del idilio cayó víctima del tercermundismo, le atacó la polio, enfermedad inexistente en su natal Suiza.
El largo periplo, las terapias, las muletas, la silla de ruedas y su elegante forma de sobrellevar la enfermedad. Siempre maquillada, siempre enjoyada, siempre peinada, la sonrisa de dama y su acento arrastrando la erre que fascinaba.
Me hablaba de cosas que no entendía y que por más que deshojo la cebolla de la memoria, no me vienen con claridad. Su casa de la zona 14, los fabulosos sándwiches de queso suizo derretido con jamón. Sus cocker spaniel como hijos, su único hijo Alejandro muerto hace algunos años.
La piscina de agua tibia y celeste donde pasamos tantos veranos, tantos soleados días en que la familia estaba completa y los primos éramos críos, los cachorros de la manada.
Tengo idea de ella sentada en el fondo de su restaurante, vaya restaurante, La Tertulia sobre La Reforma. La cocina suiza llevada a fusión con la latinoamericana antes de que se pusiera de moda y estúpidamente cara. Allí celebré mi Primera Comunión y vi bailar a la bisabuela María, sus últimas canciones.
Hemos sido una familia alegre, propensa a la fiesta, a trasnochar, a la risa fácil, y ella se acomodó con la factura de no poder usar las piernas, desde hace 55 años. Ahora ya somos pocos y estamos desperdigados; ella ataba algunos cabos, ya sueltos para siempre.
A esa inmigrante, a la mojada a la inversa del primero al tercer mundo, mi respeto y cariño. Que el descanso le sentará bien, gracias por las memorias y los exquisitos, únicos, deliciosos, tostaditos con mantequilla sándwiches de queso suizo en las tardes de domingo. Fueron los salvavidas para un niño triste.
2 comentarios:
Abrazos, acompañándote en el sentimiento.
Gracias Horte, un abrazo hasta México.
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