martes, 5 de marzo de 2013
ZONA ANIMAL
No pasa mucho a estas horas en la avenida. Algunos autos circulan y sus pilotos transitan con cara de angustia y derrotados por un poder más grande que la ciudad: el tedio.
Frente a mí, una escena en desarrollo, cotidiana, perversa, cínica: unos muchachos descargan el vientre del camión de productos alimenticios, sacan cajas a una velocidad que solamente permite el oficio.
Se les nota la frente sudorosa y los chicos –porque son unos adolescentes– caminan apenas empujando las carretillas con cajas más altas que ellos.
Deberían estar estudiando el bachillerato, supongo. Del otro lado de la esquina, otros chicos igual que ellos, pero sin uniforme empresarial, toman cervezas y escuchan reguetón que supura de las bocinas de un automóvil polarizado como sus intenciones. También deberían estar estudiando, imagino.
Observan a los trabajadores y se murmuran cosas, los cargadores ya están nerviosos. Uno bota la carga y es amonestado por el chofer que fuma nerviosamente mientras ayuda a levantar el producto. El dueño de la tienda tiene el negocio abierto de par en par, las rejas vencidas, sin candado.
Es como si al búfalo lo estuviera viendo una jauría de lobos desde atrás, sin la defensa de la cornamenta y todos lo saben. Yo lo sé, que miro esto desde mi trinchera. Paso inadvertido y apunto todo con los ojos en silencio, tenso también, como cuando miro una cacería en el Animal Planet. Cacería de hienas.
El más viejo del grupo es el guardia de seguridad que se para de lado viendo trabajar a sus protegidos mientras con el índice derecho acaricia nerviosamente el gatillo de la escopeta calibre 12 que apunta hacia donde se encuentra el grupo que observa: un movimiento de ellos y serán portada de diario de nota roja.
No suben, tiran las carretillas adentro de la bestia vacía motorizada y se trepan a esa arca como si el diluvio les mordiera los talones. Zarpan a toda velocidad mientras el más macho de los tomadores de cerveza, les saca el dedo mientras huyen. Vuelven a ellos como si nada; le silban a una universitaria que se apresura, asustada.
Es jueves y el reloj marca las ocho de la noche en la colonia La Reformita, zona 12 de Guatemala. Escuchen a los lobos aullar.
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