Fue hace algunos años que les conocí a
este trío de punk negro. Trabajaba para ese entonces de nueve de la mañana a
seis de la tarde de lunes a viernes y ese día, me encerraba con licor y coca a
escribir en mi computadora HP que me acompañó esos años.
Era una laptop gruesa, vieja, de 17
pulgadas de pantalla que se conectaba rapidísimo al internet, era tan veloz
como un Charger supercargado con un V8 tan grande que podría vivir allí adentro
en dos pisos. Soportaba estoicamente mis teclazos duros, especialmente el
desgaste de las teclas A y S que es donde más apretaba para jugar Need For Speed
y los ojos inyectados de sangre como si mi auto virtual, no tuviera windshield.
Mi laptop. Que abría decenas de
páginas en Youtube y en Youporn, y así pasaba el fin de semana: navegando el
yinyang de la cordura, de la moral, del aburrimiento de una vida de tonos
grisáceos. Eso no era vida, era un suicidio de sudor y audífonos sonando hasta
que la pequeña bobina se calentara, o el imán cambiara la polaridad. Estaba
loco señores y de esa patria nadie regresa.
Averiguando algo para una novela que
escribía en aquel entonces (siempre estoy escribiendo novelas, lo digo para
parecer importante e inteligente, realmente lo que hago es nada, quieren saber
mi secreto: yo escribo de corrido, por eso la inconsistencia, el desorden, lo
aleatorio) e investigaba sobre las Panteras Negras y miraba videos en la
plataforma que les dije sobre la icónica figura de Tommy Smith y John Carlos
levantando sus puños en señal de apoyo, cuando ganaron primero y tercero en 200 metros planos en México en 1968.
Los echaron como perros de los juegos y
los regresaron a Estados Unidos donde les jodieron por apoyar a los
guerrilleros negros que buscaban reivindicación, no consiguieron trabajo
durante años y fueron acosados y amenazados de muerte, ahora ambos trabajan
para el comité olímpico internacional quien arrepentidos, les acogieron
nuevamente. Yo veía las imágenes y el pinche negro volaba a la meta. Yo tenía
las pupilas dilatadas porque al igual que el atleta, yo también volaba y
escuchaba funk bien encopetado de polvo mientras leía de derechos
constitucionales y toda esa mierda que sirve para llenar libros de derecho pero
se olvida en la calle.
Funk. Mugre música, no era para el
momento, así que abrí la ventaba musical y probando y probando llegué a una
banda, de negros de Detroit, una ciudad dura de obreros que arman carros. Un
año antes de la osadía de los atletas en el podio del estadio mexicano, en
1967, hordas de “gente de color”, de “afroamericanos”, tomaron las calles de
esa ciudad y la hicieron mierda. Todo por una redada en un bar de la barriada,
un cerdo ciego, como se le conocen a los locales de venta de licor clandestino.
Cerdo ciego – blind pig – en referencia a que los policías (pigs) que no
miraban (blind) las travesuras de baile y exceso del pueblo. Todo fue en
escalada y les echaron a la guardia nacional, resultando en 50 muertos, 200
heridos y más de 5 mil arrestos, demostrando así que si se meten con el vicio del
hombre, es como si se metieran con su familia. Por eso si me quieren ver dar
verga en la calle, clausuren el Bar Central, el Río Perla o el Agapito. De lo
contrario, ni me llamen.
Detroit quedó así, signada como una
ciudad rebelde en la constelación de urbes modelo en Estados Unidos, calles
llenas de desempleados, viciosos, prostitución, drogas, decadencia, hambruna,
Etiopía gringa. Pues el grupo punk, un fundacional ninguneado, crecía en este
ambiente (de repente todo empieza a coincidir con Guatemala, ¿no?) Los tres chicos
en ese entonces fueron unos genios incomprendidos que tocaban como animales,
con el desparpajo de riffs que posee el punk, pero con la melodía única que esa
raza oscura lleva en las manos. Batería maldita, realmente un asesino de cuero
de tambores, el bajo es una pelea en el Olimpo. Escuché el disco una y otra
vez. Todo el fin de semana. Toda la siguiente semana. Un mes. Luego me aburrí
porque nada me llena y a mí me corre hastío en vez de sangre.
Fueron tres hermanos, un trío con el rock
en los ojos inyectados, rebeldes de su zona cómoda. Es decir, en esos años –
1971 para ser exactos – los negros estaban circunscritos en un gueto musical
que se limitaba entre el R&B, el Motown y el Funk. El rock era para los
chicos blancos, los honkies, los crackers, los rockers, los paliduchos de
sangre negra como el metal de noche. Alice Cooper y del otro lado de la balanza
los chicos buenos del poprock, The Beatles. Pues estos muchachitos mandaron a
la verga su tradición gospel rítmica y se metieron a hacer locuras e
inventar un género que en el 71 no existía: el punk. Escuchen sus canciones
(allá abajo se las pongo) y en esas épocas se fumaron un futuro en los tiempos
de la muerte de Brian Jones (1969) Jimmi Hendrix (1970), Janis Joplin (1970) y
mi favorito Jim Morrison (1971).
El punk, el desparpajo vendría de la mano
de esos blanquitos que se les aceptaba todo, es decir, la escena, la promoción,
la bulla y que se escupieran en el escenario. Para un trío de negros, mis
gordos, allí me los bajan a guitarrazos y con capuchas blancas, ya la cruz en
llamas. Es sabido que estos chicos fueron rechazos por todos, todos, todos,
todos, absolutamente todos: su familia, su gente, los agentes, los vecinos, la
iglesia, la conocida, las novias amenazaron con huelga de sexo, propio, ajeno,
los venideros, los blancos, los negros, los chinos y los chicanos que aun
llorando la muerte de Richi Valens ya estaban en su propio género, La Onda.
René Avilés Fabila y José Agustín tratan el tema, lo recuerdo porque me huevié
unos libros del Fondo de Cultura Económica sobre el tema. Agradezco su
discreción y no digan nada.
Death, vaya potencia de nombre. Reputa
madre, qué título para una banda de punk, bueno, protopunk, pero que se
adelantó a su tiempo. Tres acordes y la
batería corriendo detrás de los mitos. Esto es historia, es arqueología
musical. Nunca supe más de ellos y los olvidé por razones que no me acuerdo
pero que les puse allá arriba. Duraron seis años y se dedicaron luego lo que
los muchachos de su edad y el estereotipo que se tiene de los negros en Detroit.
Así que no sé si armaron carros para la General Motors, la Ford o la Chrysler,
se hicieron padrotes y tuvieron su harem de putas negras y pobres, o
distribuidores de crack, o pastores gritones bautistas. Lo único que sé es que
uno de los brothers murió a inicios de los 90 y los demás, hicieron una banda
de reaggae.
Los recuerdo porque – animal de
costumbres que es uno – buceaba los trailers de películas de estrenos venideros
y encontré este sobre un documental que tengo que conseguir so pena de que tenga
que secuestrar al hijo del Buki hasta que me lo piratee. Se llama a Band Called Death (este es el tráiler). Me la paró cuando lo vi. Regresaron y siguen
tocando igual, más gordos, más viejos pero con el demonio a punto que es una
patada de bota como se debe. Esta banda me acompañó el
camino y como siempre quise ser músico y cantante, pero no tengo talento para
eso (en aras de la verdad, para nada) aprendí a colocar palabras tras palabras
tras palabras tras palabras tras palabras tras palabras. Esa batería me enseñó
a disparar.
Escuchen…
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