miércoles, 22 de mayo de 2013
LA NOCHE DE ANTONIA
No se casó; se la robaron. Antonia tenía 14 años cuando salió de su casa una noche para irse con el que se convertiría en el padre de sus tres hijas y las gemelas: cinco niñas que alegraban la vida de Toña pero que agriaban la del padre porque le hacía falta su varoncito.
Pero eso fue después; en esos tiempos de "recién casada" tenía que trabajar en la casa de su suegra, adonde se fue a vivir cuando su marido de facto la sacó de la miseria para llevársela a otro lugar diferente, pero igual de miserable.
La levantaban a las cuatro de la mañana para que le hiciera el desayuno a su recién nombrado esposo/dueño. El primer día, como no encontró algún recipiente, tomó una olla pequeña que se le ocurrió la adecuada, solo para que su suegra la tomara del pelo, de la oreja, le pegara con una paleta porque esa no era la olla.
Le contestó y se defendió como pudo. Su marido también le pegó por altanera y así pasó su primer día como mujer: violentada, haciendo tareas domésticas para agradar a su capataz e intentar que el muchacho que la había enamorado regresara, pero sucede que no lo hizo. En lugar de ello se convirtió en un pequeño tirano, que tenía a su propia madre y esposa bajo su dominio. Su suegra tomaba y borracha le pegaba, para que se acostumbrara a la violencia de los hombres "así ya no te duele después", y van los cinchazos, las bofetadas, los paletazos.
El primer embarazo, el segundo y el tercero. Todas niñas que se prendían de su corte y pelo, sombras, espejos de ella y su marido que cada vez era más distante y miraba como el poco dinero que ganaba se escurría en alimentar a mujeres. Pero no venía el hombrecito, su heredero, su portador de apellido. Los varones se convierten en ese talismán de permanencia en un mundo desgraciado. La herencia de la violencia.
Esta última vez quedó embarazada de gemelas, nacieron y el marido se fue, dejando a merced a su familia, de los gritos y golpes de su progenitora. Una noche en que su suegra tomó de más, en el último trago le deshizo pastillas de anestesia para perro. Tomó sus cosas y huyó.
Alquila un cuarto donde viven las seis durmiendo en una cama, un cubo de hacinamiento pero tranquilo. Lava ropa y plancha en casas de condominios. Le regalé unos zapatos viejos para su esposo, “por si algún día regresa”, me dijo, “así tiene algo que ponerse porque supongo que ha caminado mucho”. Tiene esperanzas de que la distancia y el tiempo lo haya cambiado y le perdone haber dejado a su mamá solita, con su violencia y alcoholismo.
Los guarda en una bolsa de supermercado y de una vez, los envuelve en papel periódico.
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2 comentarios:
Triste historia pero muy parecida a nuestra realidad.
Buen post!
No sé que opinar, Es muy duro y cruel realidad... En Estos tiempos aún se ve, se escuchan casos historias reales. El mchismo no cambiara y si hay mujeres que lo permiten. Siempre ocurriran historias iguales o peores.
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