martes, 28 de mayo de 2013

LA VIDA DESPUÉS DEL SOL


Me fui a cortar el cabello en ese acto tan cotidiano y que tanto trabajo supone para los estilistas y ganancias para los dueños de salones, especialmente de mujeres. La cosa es que en mi peluquería -qué digo peluquería... BARBERÍA con mayúsculas de macho- habitual me tocó, cosa rara, una mujer.

Digo cosa rara, ya que en dicho local son hombres los que atienden y se habla más francamente con un ser del mismo género que conoce las necesidades de señores maduros con deforestación capilar y hay que hablar sin tapujos sobre el futuro de algo tan despreciable en público pero de suma importancia en los cuarteles masculinos: el cabello, su ausencia, su corte y presentación pública.

Así es que la chica estaba allí y dos señores delante de mí en espera de que alguno de los peluqueros se desocupara; pregunté si alguien se iba a cortar el pelo con ella y en coreografía me explicaron que no, cada uno aguardaba turno con los muchachos. Me vieron con cara de “su suerte patojo”.

Me le fui a sentar a la silla y me atendió de tal manera que se ganó una jugosa propina. Si usted no le da propina a su peluquero/a, no se puede hacer llamar un caballero; usted es un tacaño a secas. Para mí es uno de los oficios más importantes y de mayor cuidado porque en sus manos está el humor de las siguientes seis semanas y su presentación al mundo.

Bueno, en la butaca a ras de piso y hablando con la chica (de clara ascendencia indígena, algo que sumaba puntos en la negativa de los hombres de allí en cortarse el cabello con ella), fui testigo en media hora de una historia nada extraordinaria –todo lo contrario–  pero que me dio pie a pensar una serie de columnas sobre la manera en que las personas se presentan a la noche. 

Así que en las consecutivas semanas estaré subiendo retratos hablados de personas como usted, como yo, como el que recoge la basura, como el que lava los platos, como su jefe, como el mío, como el dueño del país o del futbolista de domingo. 

Haré una descripción de sus costumbres, la forma en que terminan sus labores cotidianas, qué cenan, qué miran en la televisión antes de dormir, qué piensan, que sueñan, en suma, qué es la noche para ellos a partir de su ejercicio diario, de vivir en este país que parece más una obra de ficción llevada a la ópera.

La otra semana esperen la historia de Julieta (sin Romeo), la peluquera que viaja a diario desde Tecpán para atender hombres preguntones como yo; sus manos son suaves (mi cuello da fe de ello), se lo hago notar y me explica que es porque torteaba desde pequeña…

1 comentario:

Miss Trudy dijo...

Me encanta la crónica y la idea para las siguientes.