Es el policía del serenazgo cerca de mi trabajo. Es del oriente del país, de Agua Salóbrega, Sanarate, y habla con el desparpajo y desenfado propios del lugar. Es un tipo bonachón y amable, sin pelos en la lengua. Dispara más malas palabras que balas y me cae bien.
Cuando le toca trabajar de noche por ahí pasa a fumarse un cigarro y mantiene el orden y la calma en la tienda/cantina que funciona en la esquina y que se llena de motoristas cansados de esquivar carros en el día y se atoran de ron por la noche.
Apolonio habla de lo duro que es ser policía, el sacrificio, las horas de estar parado, los dolores de talón, los problemas de espalda. Cae una leve llovizna y se estira echando las manos a la cintura y lanzando hacia adelante la prominente barriga.
“Ya estoy a verga, papá”, me dice. Quiere hacerse policía privado pero es exactamente lo mismo: le joden los horarios, hay que trabajar de corrido, 12 horas, bajo sol, agua, puteadas del oficial; mueve el bigote y se lo peina con el dedo. “A veces quisiera regresarme a cuidar mis vacas”, añora; me da la mano y sigue caminando con las piernas abiertas que jamás alcanzarán a un ladrón velocista.
Rodea la cuadra donde le espera la pareja con chaleco flourescente. La vez pasada les compré café, y la cara de su compañero, un niño, estaba asustada, cansada y apática. Pude ver una corona de oro cuando me dijo un gracias apagado como sus ojos. Este viene de San Marcos y es callado con un dejo nostálgico, había pedido su traslado, me dijo Apolonio, a su tierra.
Esto que les cuento fue hace dos meses. La semana pasada lo volví a ver en los periódicos, el retrato del chico callado y de ojos cansados. Fue asesinado junto a otros 8 compañeros adentro de una estación policial por un grupo de delincuentes armados que los masacraron sin oportunidad, a sangre de reptil, a traición.
Me siento jodidamente triste por el chico, un joven trabajador arrebatado de la vida por algo que nunca entendió. Le mando a Apolonio, su ex compañero, un abrazo que seguro lo sufre también.
Mi solidaridad con los policías muertos de Salcajá. Un abrazo a las familias también; un abrazo para todos nosotros en estos tiempos violentos e inentendibles.
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