martes, 2 de julio de 2013
LA VIDA DESPUÉS DEL SOL: JÓSE
Nos juntamos en la fila de un cajero y empezamos a platicar con esa facilidad mía que tengo para hacer que la gente me abra los cuartos más escondidos de su ser. Tuve que ser policía o cura, no escritor.
La cosa es que Jóse (léalo acentuado en la “o”) es un hombre maduro que redondea el medio siglo de vida y es de plática alegre muy fluida. Me cuenta que es jefe de “parqueadores”.
Exijo más detalles de un oficio que jamás he escuchado y se me hace tan interesante como el de un columnista de culturales de un diario. Su trabajo consiste en coordinar el parqueo de un prostíbulo por las noches y ver que los chicos que ordenan los autos lo hagan de manera ordenada, clasificada y justa, para evitar las peleas por comisiones de parqueo.
Ha visto de todo; ha sido testigo de mucho, principalmente de peleas callejeras y balaceras. Lo que no se permite es que vulneren los autos de los clientes, porque son tan sagrados como las mismas mujeres que trabajan adentro. Sin ambos, no hay negocio.
Usted puede dejar su auto estacionado con ellos, que nada le pasará; puede estar seguro, me lo afirmó. Ostenta el fabuloso récord de ningún carro abierto en 20 años. Su secreto: contrató a los ladrones.
Están organizados y trabajan por turnos; ya sacó a dos del bachillerato por madurez y uno ya es administrador de uno de los clubes de caballeros del “jefe”. Entiendo y prefiero que no me siga contando de él, porque pone nerviosa a la señora de enfrente.
“Yo pude haber trabajado adentro, pero lo mío es la calle, es más sano sin inhalar tanto cigarro, sin ser testigo de cosas, sin ver el amanecer, sin pasar encerrado mientras catean el lugar”, dice Jóse.
Lo peor que le ha pasado, dice, es haberse enamorado de una de las chicas. Se vio jodido, sin hambre, sin sueño, colérico, desconfiado, angustiado, lloroso, chipe. Celoso, en resumidas cuentas.
Optó por ya no ponerle atención ni pensar en el bacanal post portas y así lo dejó. Un día le llevaron un pan con un jugo y un papel de su parte donde le decía que si él personalmente le podía llevar a su casa porque ya no quería al taxista de siempre.
Esa noche le confesó manejando que no quería más trabajar la pista y se quedó con él. Ahora es su mujer y me la señala sentada con cara de aburrida en un auto, revisa un periódico, el teléfono y tiene un aire de ama de casa hastiada pero tranquila, de ese hastío sereno y justo, sin emoción, colmado de rutina y quehacer doméstico, un día tras otro, tras otro, tras otro. Tras otro.
Lo felicito y me despido; es mi turno al cajero.
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4 comentarios:
Todo ese mundo y personajes ocultos a la luz del sol....¡Cuánto por entender...!....a veces se deja ver un poco más clara esa incomprendida y sutil esperanza de los trabajadores de la noche. Gracias por compartir.
Excelente!
Me gusta leerte, ahora bien quién sabe si exista tanta diferencia entre los trabajadores de día o de noche mientras terminas en rutina y los días se pasan uno, tras otro, tras, otro...Una y otra vez.
ANA: un honor que me leas querida amiga, lo oculto siempre pervivirá así sea de noche o de día, un abrazo.
FERNANDUB: yeah.
MAYRA: gracias por tu mensaje, de hecho no, el horario en que se trabaje es independiente de lo que mata al trabajador. La rutina, la repetición de las acciones que sonambulizan la mente creativa. Saludos amiga.
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