He tenido muchas noches lluviosas en mi vida, 37 temporadas de las cuales me acuerdo, acaso, de la mitad. Es domingo y llueve profusamente sobre la ciudad con lentitud, con el desgano del agua oscura.
Recuerdo que esta época, cuando niño, era mi favorita para leer. Y me acostaba, vaya imagen romántica hollywoodense, a la par de la ventana a escuchar el tableteo del agua contra el suelo mientras mascaba con fruición, páginas tras página de libros de cuentos e historia.
Allí se iba gestando una tristeza que pocos hacen caso, porque crecer es ir dejando de lado la puerilidad y atender a preguntas que nunca tienen respuesta, frustran. Se convierten en una obsesión y en literatura.
Hablaba hace algunos años con un músico garífuna que me invitó a su casa en Livingstone y desde allí, desde lo alto, mirábamos un espectáculo de agua furiosa y relámpagos en el mar. La nube peleando contra el océano, agua contra agua.
La brisa marina refrescaba la noche de gifiti y tapado. Me decía que la noche lluviosa es el mejor momento para componer melodías de tambores porque en ese retumbar, venían los secretos de la percusión.
No sé si me sugestionó o fue la bebida con hierbas espirituosas, pero esa noche soñé con una sinfonía que si tuviera el talento para solfear, tal vez me hubieran llamado a mí para hacer el anuncio del azúcar de Guatemala, en vez del maestro Orellana.
La noche en la playa y lloviendo, es estar cerca del caos, del agua dulce regresando a su patria de sal. O la montaña bajo los maitines lluviosos que solo despiertan las ganas de soñar bajo la compañía de un poncho de Momostenango y el calor humano de una cama que anula cualquier intento de trabajo.
No recuerdo de niño que la lluvia nocturna fuera pavorosa como ahora que los cerros se decantan sobre los humanos que sacaron de raíz, sus árboles. Antes el agua era vida, ahora parece político: uno más, de los inevitables males de la temporada.
Truena y se ilumina mi oscura sala, me levanto a ver la calle devenida en un río: en la acera un gato tiene medio cuerpo metido en mi bolsa de basura que se moja mientras sacia el hambre. La lluvia de noche es la cortina y la excusa de mucho. Tengo que comprar un basurero, sin duda.
El agua oscura es la memoria, su corriente tiene fin o se pega a otros ríos antes de morir. Escribir es perpetuar el ciclo natural del hombre.
4 comentarios:
Yo amo el agua en todas sus formas, las tempestades y su furia, las tranquilas y apaciguadoras, las turbias y las cristalinas con truenos y sin ellos, en el silencio de la noche y en el barullo del día pues te impelen a imaginar a crear y recrear a veces el recuerdo olvidado, seguro que si lo intentas harás de tu sinfonía soñada, una mejor que la del maestro Orellana!
El agua es vida, es nuestro vientre común. Todos venimos del agua salada y llegamos a polvo. ¿Es posible decir entonces que el agua llegará a polvo? Saludos Mayra :)
Sí...
http://www.youtube.com/watch?v=RuSb7RfXSoo
Féliz fin de ;)
:)
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