De esto último lo que más abunda en el Centro Histórico es la oferta de restaurantes de comida china. Cafeterías que poco tienen que ver con la gastronomía del país de dónde dicen venir. Abren sus puertas para los tres tiempos de comida y son oasis en el desierto de personas que transitan las calles y avenidas.
Ya de noche, que es lo que me ocupa, estos lugares se convierten en bares con rockola donde llegan a orbitar cuales palomillas atraídas por la luz, los personajes de noche que ya tanto he descrito en este espacio.
La vida es un poco más tranquila cuando no se cocina y se es atendido por dilectos meseros que a cambio de una mínima propina se desviven porque uno tenga más que comida, monedas para la rockola y un volcán de arroz frito con carnes mixtas, que durará
tres días más.
Abundan las leyendas urbanas acerca de la poca higiene al consumir dichos platillos y en la zona 1 abarcan el reino animal, vegetal y hasta mineral. Doy fe porque me apareció en mi wantan, una piedra pómez.
He comido cosas que allí siempre las solicito “bien cocidas, fritas, hervidas”. No pocas veces me he enfermado por consumir esas delicias envueltas en grasa y aceite y me adivinarán, un fanático de tales manjares pseudoorientales.
Todo acompañado de cerveza fría y escarchada que se digiere tan bien al tintineo de las monedas que solicitan temas de Juan Gabriel, Bronco, El Buki o Vicente Fernández. Las mesas cantando a vivo pulmón canciones de viejos amores y amistad. Despechos y alegrías de una isla a otra.
En una oportunidad tuve el honor de ver cómo se unía en matrimonio una pareja, movieron las sillas, pidieron comida y vestido blanco al centro con el novio de traje barato. Felicidad total.
A las dos horas era yo parte de los invitados bailando con la suegra del novio Inolvidable, de Jenni Rivera y con los altos vasos de cerveza rebosando. Yo taconeaba un tapatío mezclado con reaggetón, pletórico y animando una fiesta ajena pidiendo litros como bendiciones.
Le debo mucho a las cafeterías chinas de la zona 1. Me han dado alimento, me han ahogado las penas y me proporcionaron historias fabulosas.
Le debo mucho a las cafeterías chinas de la zona 1. Me han dado alimento, me han ahogado las penas y me proporcionaron historias fabulosas.
Por ejemplo hay una que se lleva a cabo en el Río Perla para un convivio de la Editorial Catafixia (los que me publicaron El Encanto del Hielo) pero se las cuento la otra semana.
4 comentarios:
Pues fijate que había un "Chino Pobre" enfrente al parque Colón, sobre la doce avenida, que no vendía comida china sino guatemalteca. Su restaurante solo abría al atardecer y pasaba abierto toda la noche: la delicia para los noctámbulos. Ahí se podían comer unos huevos estrellados con una salsa ranchera de chuparse lo dedos, acompañados por unos tan grasientos como deliciosos frijoles volteados. No vendía trago, pero los meseros se lo iban a conseguir afuera en un minuto. Ja, las noches inolvidables del "Chino Pobre", con sus tríos y sus mariachis para desgañitarse uno por unas buenas horas.
Genial Edgar, ojalá esté por allí aun, habrá que irlo a buscar. El chino pobre me recuerda también a una cantina de mala muerte en Comalapa donde conocí a un Licenciado en Construcción casi Arquitectónica, como se hizo llamar el albañil. Historia para otra columna, saludos y gracias por la visita.
"Piedra pómez"...gracias por hacerme reír cerca de la media noche. Una entrada buenísima, sin embargo, me quedo lleno de incertidumbre sobre la historia que dejas pendiente sobre Catafixia, tratándose de Carmen y Luis, segurísimo ha sido buenísima...en verdad espero que algún día lo redactes. Una vez más, gracias.
Por alli estaba el restaurant chino pobre enfrente del signo show el cual erq una barra show donde habia muchas xhicas de otros paises..creo que estaba en la6calle
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