Hace mes y medio se publicó la edición literaria de Capiusa, una revista de diseño, ilustración y fotografía que ha marcado tendencia y expuesto a los nuevos talentos. Tiene el mérito de sobrevivir con su esencia intacta. Me solicitaron una colaboración sobre los libros prohibidos y la publico ahora en el blog antes que se me olvide que la escribí. Gracias al staff capiusero y al talento andante conocido como Luis Villacinda por tomarme en cuenta. La pueden descargar acá. A lo que truje Tencha...
Usted no lo va a creer pero en mi casa me
prohibieron leer literatura porque era para huevones, desobligados, ricachones,
fariseos y poetas (tómelo como insulto). Y realmente le hubiera hecho caso a mi
padre, ahora que soy pobre, pero siempre me atrajo la investigación del alma
humana, la letra como ladrillo del conocimiento, la ciencia como lo vivo del
universo, todo aquello que cuestione la deidad, que derrumbe esquemas como un
Minotauro ebrio en casa de putas (zaz, sale una pobre volando de una cornada
mientras baila Love Hurts, de
Nazareth… ¿Hurt, dolor, entienden la
ironía? Pues no se ría porque tiene derecho a ganarse la vida como mejor pueda).
La prohibido, señores es mi patria de
acción, aunque ustedes no lo crean. Talvez me mira usted muy formal pero la
perdición de las almas y sus pasiones más bajas es lo que a mi criterio, hace
al hombre; de esa naturaleza torcida, nace lo más recto. Si no me cree, mire el
árbol más portentoso y de mejores frutos que exista: tiene el tronco robusto
pero la raíz es una maraña que se mete a lo oscuro y se profundiza buscando en
la negra tierra, quebrando piedras y encontrando alimento en gusanos, hojas
podridas, cuerpos muertos, aguas negras, caca, deshechos, el alimento para
crecer. Eso es el hombre: un ente que se alimenta del abono, la mierda que
lleva dentro. Del ying, lo negro del taijitu,
la contraparte del yang.
Talvez mi primera prohibición fue la
revista La Semana, por el desnudo femenino que allí aparecía y que tanto me
gustaba ver. Tenía acaso ocho años y ya disfrutaba de esas figuras que tanto renegó
la iglesia, mi iglesia la católica, en la edad media. Pero yendo más atrás,
está la nefasta quema de la biblioteca de Alejandría que mató a manos de los
pirómanos cristianos, cientos de miles de manuscritos, papiros, tablas
cuneiformes de conocimiento de culturas vernáculas que poco tenían que ver con
el soso cristianismo. Dios padre los perdone.
¿Quién
prohíbe?
Los dioses, todos los chingados dioses
son unos intolerantes. Desde los mayas hasta los cristianos, nórdicos y
griegos. La culpa de las prohibiciones son mandato divino. O al menos es lo que
los sacerdotes, brujos, chamanes, guías espirituales, rabinos o imanes, nos han
hecho creer al resto de la población.
Las religiones fueron el primer poder
establecido de facto. Fue esta élite la primera en alcanzar beneficios económicos,
sociales y políticos. Ellos deciden el destino de lo que es culturalmente bueno
y aceptado para la población, es decir,
“guiar” la educación y prever que el libre albedrío se ponga a la orden de los
cambios. No miro a Cash Luna cuestionando su status quo.
Para que lo conozcamos más de cerca, hay
un listado en el Vaticano, un libro que es una enumeración de prohibiciones
históricas, el Index Librorum Prohibiturum
que recopila desde mediados del siglo XV hasta mediados del siglo XX, aquellas
publicaciones que no deben ser leídas por el buen cristiano. Engloba en un cuadro
de ¿honor? a nombres como Francisco Rabeleis (autor de Gargantúa y Pantagruel, los dos gigantes más chingones de la
literatura), Víctor Hugo (Los Miserables),
Pierre Larousse (así es, el mismo del Diccionario
Ilustrado que todos tuvimos en el colegio y que estaba prohibido hasta 1966),
Marqués de Sade (Justine), Jean Paul
Sartre (El ser y la nada) y David
Hume (De la superstición y la religión).
Este último básico y padre filosófico de un autor francés indispensable para la
literatura moderna como Michel Houellebecq (Las
partículas elementales) o la filosofía, como Francis Fukuyama (El fin de la historia y el último hombre).
Enumero algunos nombres y títulos nada
más de lo que aparece en el Index Librorum
Prohibiturum, sin contar los nombres de libros de brujerías o religiones
alternas, masonería, rosacrucismo o esos libros de new age que a los hippies les gusta leer. Pero no los dejo con la
duda, estos son algunos para que hagan su tarea y traten de sacar el diablillo
que todos llevamos dentro.
La famosa biblia del diablo Codex Gigas (supuestamente escrito en
una noche por el monje Hernann para salvar su vida), Demonolatría (Nicolás Remy), Compendium
Maleficarum (Francisco María Guazzo), todos los códices del Nuevo Mundo por
enseñar abstracciones del cosmos diferentes a lo enseñado por el catecismo
católico. Es más, a William Tyndale lo hicieron churrasco por traducir la
Biblia del latín al inglés, buscando democratizar el conocimiento de las
escrituras, algo que al Vaticano le pareció insufrible y ¡a la parrilla cabrón!
No empiecen a esconder sus cruces,
creyentes, el cristianismo no ha sido el único, no se apenen. El islam tiene una
larga tradición de prohibir libros como de atentados terroristas, sin entrar a
detalles, uno de los casos contemporáneos más sonados es el de Los Versos Satánicos de Salman Rushdie,
donde la fetua – o mandato islámico – ofrece por su cabeza $3 millones. Todo
por asociar la iluminación de Mahoma por el arcángel Gabriel a una versión
moderna de Londres con tintes de Bollywood. Esa mara.
¿Por
qué se prohíbe?
Porque necesita hacer desaparecer todo
aquello que ponga en tela de juicio las verdades irrefutables, dogmas propios
de la clase dominante. Por ejemplo, situémonos sin ir tan lejos en la Guatemala
de finales de la década de 1970: tener un libro que hablara de socialismo,
comunismo, materialismo histórico, dialéctico, poesía, con nombres de apellidos
rusos, era suficiente para ser tratado como enemigo de la patria y zaz,
torturas, mutilaciones y muerte por dolor. El conocimiento, amigos, ha costado
vidas. Que lo digan los chinos con Mao.
Recordemos el tan sonado caso de un libro
que cambiaría la historia de la religión y la ciencia, un pequeño tratado que
nace de algo tan voyeur como ver a
través de un telescopio: el libro se llama Sidereus
Nunciuso en castellano para aquellos pobres que no hablan latín, “El
Mensajero Sideral” (si usted piensa que es un locutor de alguna estación de
radio de nombre similar, por favor abandone la lectura de este artículo y
regrese a primero de primaria. De nada).
Este libro, que no es otra cosa que una libreta
de notas y observaciones de un tal Galileo Galilei, demostraba que la tierra no
es el centro del universo tirando por los suelos la teoría ridículorreligiosa
llamada Heliocentrismo, motivando así un tribunal de Santo Oficio para juzgar
al autor y terminando en la prohibición de tal publicación, así como de otros
tres que el autor utilizó como referencia. Mi iglesia católica, tan bella ella
y “sin embargo se mueve”.
Las razones políticas se derivan de las
razones religiosas, los comunistas tenían prohibido leer libros de occidente; y
los capitalistas tenían prohibido entender el comunismo, ya saben, en bandos
polarizados pierda la cultura y gana la industria armamentista. Ya, eso fue la
Guerra Fría en resumidas cuentas, les ahorré descargar el artículo del Rincón
del Vago o la Wikipedia.
Otro caso de prohibición por razones
políticas fue Mi lucha, de Hitler. El
famoso manual de la ideología fascista nacional socialista , tres términos
políticos que sólo cabían en la mente de Adolfito. El borrador de la obra fue
un manuscrito mal redactado con los pilares del nazismo que le dio forma Rudolf
Hess, obteniendo a cambio una obra política con trazas neopaganas y altamente
peligrosa para la vida de los judíos.
Al final de la Segunda Guerra Mundial las
propiedades de Hitler pasaron al estado de Baviera y su libro también, donde
fue prohibida su reproducción, algo que termina en diciembre de 2015 donde se
podrá adquirir nuevamente en el país bávaro. Estados Unidos no lo tiene
prohibido y se lee fecundamente en los grupos radicales sureños como el KKK,
los mismos que cuestionan la evolución y enseñan creacionismo en las escuelas… God Bless America.
El
arte de prohibir la palabra
Ser escritor, ser poeta, ser libre
pensador, un libertino – entender que ser uno no lo convierte ipso facto en lo otro – no siempre ha
sido algo fácil de ejercer. Las vanguardias han sido las más menospreciadas por
el pensamiento conservador, que aunque usted no lo crea, también enquista la
academia de letras y artes en general.
Prohibir libros no se circunscribe a la
edición de obras existentes. Es un llamado de atención a los autores activos
sobre qué no escribir. Prohibir significa censurar y la censura afecta más a
los creadores que a los consumidores de arte o literatura, porque si no se
hace, simplemente no se conoce. Sencillo: el mejor libro para los censores es
aquel que no se escribe, que el autor silencia o aborta en su mente y no lo
gesta, no lo pare y no lo saca a la luz. La censura es el anticonceptivo de las
ideas y tomarlo, es una decisión personal.
Cierro esto haciendo un listado de
aquellos escritores que se sobrepusieron a ese cinturón de castidad mental.
Muchísimas gracias Charles Darwin, Lewis Carroll, Cervantes, Boccaccio, D.H.
Lawrence, Boris Pasternak, todos los poetas rusos muertos por la dictadura
stalinista, George Orwell, Shakespeare, James Joyce, Marqués de Sade, los
escritores beatniks, los suicidas japoneses, las inglesas victorianas, los simbolistas
franceses, Edgar Allan Poe, los dandis latinoamericanos, los borrachos como
Bukowski. Estuardo Prado en Guatemala.
Todos ellos, antenas del universo
creativo y del hondo abismo que somos los humanos.
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