Nos persiguen fantasmas de la guerra.
Pero de la primera guerra que hemos sostenido como especie, esta violencia
moderna es producto de una violencia primitiva. Las balas perdidas caen desde
tiempos inmemorables.
Hay paranoia y desesperación, crujir de
dientes y tronar de dedos, la Biblia cumple lo prometido y no porque sea
verdadera la palabra de Dios, sino porque resume la condición humana. Lo mismo
que vivieron hace cuatro mil años, seguimos viviendo ahora.
Las Guerras Médicas en Grecia, sólo
trazaron el camino a la Guerra del Peloponeso. Hablamos de la civilización que
fundó los pilares en los que ahora sentamos la nuestra: conflicto tras
conflicto, con ciertos ideales por las cuales seguir luchando: la esperanza, la
paz, la equidad.
Es el conflicto la verdadera esencia de
ser humano. No es cosa de la vida moderna, no es culpa de la televisión, o del
dictador más reciente. Es la lucha de poderes, es ese ideal de alcanzar ese
horizonte donde todo, al fin, podrá descansar. Pero no es así.
Se rebasan las cuotas de poder, se
superan las fronteras, las ganancias, los ejércitos y el poder nunca termina de
llegar. Esa palabra sobrepasa en acciones a su significado. Detrás de esa
búsqueda, de esa Odisea, lo único que queda es la injusticia.
Por eso vemos que personas cansadas de
ellas se levantan en armas. O linchan a la primera sospecha de alterar el orden
público, o apedrean a judíos, o desnudan a una canadiense, la rocían de
gasolina, todo por confundirla con minera.
O disparan a mansalva contra los
manifestantes, o se congratulan que condenen a uno, mientras otros siguen
matando, robando, tomando, violando. Es el apestado del momento que hay que
apedrear y mientras eso sucede, otros roban en la multitud enardecida, feliz
viendo arder la pira.
Esto no va a cambiar con nada. La paz es
un gran mito, es la tierra prometida mientras seguimos caminando – herederos de
Moisés – un desierto rumbo a la nada. Y en el ínterin, Sísifo se repite en cada
uno de nosotros con la misma celeridad con que esperamos el cambio.
Los mitos antiguos desnudan la verdad nuestra.
Una guerra se repite eternamente bajo nuestros ojos: cambian las armas, pero no
los motivos. Acaso no hemos existido del todo, talvez somos los últimos
instantes de lucidez en una mente moribunda, atravesada por el vientre por una
pica.
El sol observa el campo de batalla y un
soldado casi muerto, imagina el futuro, lo que se perderá él, sus hijos no
nacidos o huérfanos, el túnel del cielo no es otra cosa que la imaginación a
mil. Reflexiona si su muerte tendrá sentido, si el poder, ese animal que escapa
corriendo el horizonte, será atrapado un día.
Detrás de él agoniza un escriba de Mosopotamia degollado por un egipcio, y miles de años antes, alguien rescata del fuego de Uruk el conocimiento para hacer cálculo, tablas de barro que dan cuenta de la destrucción. Abel sucumbe a Caín. El primitivo mata a otro para robar sus pieles. Esto es un teatro para el cosmos.
Ahora somos seres más informados y gozamos los avances de la ciencia, hemos dejado de matarnos por el confort que poco a poco ha llegado. Pero ese llamado a la sangre, late por siempre. Alguien se despide del mundo miles de
años antes que los motores de combustión interna, de la Bomba H, de los poemas
y el horror. Herodoto da cuenta de ello.
Todo es cierto.
ResponderEliminar... y todo es mentira, al mismo tiempo ;)
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