Está en todas partes, se mete en
las rendijas más oscuras de nuestra sociedad, en la psique, en los sentimientos,
en la publicidad, en la televisión, en las columnas de opinión (este es un
humilde ejemplo).
Este mundial de Brasil 2014, hay que
decirlo, ha sido la mejor copa del mundo de la que tengo memoria por muchos factores: la
cantidad de goles, las selecciones sorpresas de Costa Rica o Colombia, las grandes
decepciones como España.
El futbol esta en la boca de todos, no
hay otro tema de conversación, las familias hablan del desempeño de sus
favoritos en la cena, en el trabajo los compañeros develan las jugadas
polémicas, en la radio los locutores repasan las mejores jugadas, en los
bancos, en los colegios, en las cárceles, en los celulares, el futbol ha
inundado todo.
Vaya gestas, vaya drama, vaya a saber que
el mundo se paraliza por un juego tan llano, tan democrático: trasladar junto a
otros diez jugadores un balón de un lado al otro en un campo, para meterlo en
un marco rectangular sin usar las manos. En medio de esa simpleza se crean
leyendas y se derrumban mitos, nacen nuevas potencias y caen imperios.
Ver en alto una copa de oro que apenas
dos docenas de personas tocarán frente a las cámaras de televisión, es el cielo
en la tierra. Hay mucho de magia en ese acto tan ridículo que algo se hincha adentro,
no tiene lógica pero sí mucho corazón. Es como enamorarse.
Los intelectuales despotrican contra este
deporte que tanto dinero mueve hacia una institución que se devela cada más
oscura y entrampada como la FIFA. Pero a la gente no le importa, así sea que se
descubra que Sepp Blatter desvió millones para una cuenta personal o que es un
dirigente alienígena reptiliano.
Odio el mundial de futbol por la simple
razón que va a terminar, como terminará ese espejismo que como planeta hemos
vivido: la competencia ética, el deporte como salvador del mundo, la hermandad
de los pueblos, la utopía de la abolición de las fronteras.
Odio que todo eso vaya a terminar y regresemos a meternos a nuestra realidad, a ver transcurrir esa sucesión de los 1,460 días que vendrán hasta la siguiente copa del mundo.
Odio que todo eso vaya a terminar y regresemos a meternos a nuestra realidad, a ver transcurrir esa sucesión de los 1,460 días que vendrán hasta la siguiente copa del mundo.
Ese es nuestro destino, seguir pateando
el balón de la vida donde Sísifo se repite en cada uno de nosotros. Y entonces,
ya sólo entonces, pensar que se juega siempre con un balón y no con una piedra,
todo tiene sentido.
Nos permite gambeteara la monotonía, permite
hacerle goles fuera del área a los dioses que condenaron a los hombres por
pensar ser libres; así se le roba al Olimpo la inmortalidad, de cabeza, de
chilena, de tijereta, de vaselina.
Entonces es cuando amo el mundial de
futbol, porque allí se entiende que no es sólo un deporte, sino la metáfora
perfecta de la vida.
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