(Foto www.cuatro.com)
Era la final que todos querían ver, pero el destino los juntó un paso antes. Dos grandes potencias capaces de erigir una guerra mundial de talento. El bestial Bayern de Munich, ese berserker que Pep Guardiola civilizó con tiki taka, y el corcel azulgrana que dos años antes se enfrentó cojo, a ese equipo, con un nefasto resultado de 7-0 en el global.
Pero la mejor pata del pura sangre culé está totalmente recuperada: Messi, y no corre, despotrica. El Bayern venía descabezado sin su delantera letal y se esperaba a un equipo echado para atrás y a la espera de una contra salvadora.
Pero no, Pep, el padre futbolístico de Messi, le tenía listo un coctel defensivo encabezado por el ogro negro Boateng que le negó el paso, lo jodió el juego, lo incomodó y le aparecía como la portentosa sombra negra que es.
Y no sólo eso, estaba Neuer. Por demás está describir lo que ese teutón significa, lo que la gran pesadilla rubia es para los delanteros, la infranqueable pared que sostiene los ataques y desmoraliza al contrincante con cada atajada sin emitir emoción alguna.
Algo así ha de haber sentido Kasparov al enfrentarse a Deep Blue: una calculadora fría que se anticipa a todo. Y así fue, Messi estaba enojado de no anotar, Suárez vio como una pata larga le largó el remate cruzado, igual Álves, igual todos los que miramos el partido.
Fue un pulso de fuerza que hizo comerse las uñas. Cuando era pequeño, a mí me gustaba el basquet porque se anotaba cada cinco segundos, me aburría la parsimoniosa lentitud estratégica del deporte más hermoso del mundo.
Ahora lo entiendo que soy viejo: es un ajedrez viviente, es una cruzada, es la guerra santa. Es estrategia y Pep, en este caso, estaba ganando, domando al corcel, llevándolo a los establos de Munich donde sería sacrificada, su bestia amada FC Barcelona. El Dios del Futbol le había dicho a Abraham Guardiola "mátame un hijo" y lo llevaba al altar conocido como Allianz Arena.
Todo estaba concedido y se decidiría allá en Alemania. Pero al minuto 77 la rabia se apoderó de la pata izquierda del potro y enfiló siguiendo la línea exterior de la casa de Neuer y allí lanzó la flecha, una estocada mortal que la aerodinámica y la maña de Messi, hizo desviarse con fuerza hacia abajo, pasando a un palmo de la cabeza y entre las manos del portero alemán.
Lo gritó Messi. Lo gritó Messi. Se agarraba la camisola como una bandera que pedía a las huestes un esfuerzo más: "no se vayan, levanten las lanzas, se ha abierto la brecha." El coro gritaba su nombre como un mantra que todo lo arregla, Messi, Messi, Messi. Cuando tenga un problema en mi vida, lo repetiré sonriendo para que ese instante me reconforte y me de la fuerza para seguir.
Y hacia esa brecha fueron todos guiados por la luz que gambetea. Y vino el segundo gol que es digno de la literatura (escúchenlo acá). No tengo palabras para describirlo, me quedo con Boateng, la sombra, aniquilado y cayendo poseso de la epifanía, viendo como el monstruo Neuer lanzaba un manotazo al aire, dos metros muy tarde, porque la bola estaba pasando la meta.
El tiro de gracia, a pase de Messi, Neymar ya sin miedo, encara al monarca ario que tenía la cara sucia de dos magníficos goles y no era más que otro portero roto que vio pasar el remate del brasileño con una rodilla en el suelo; sí, así como se rinden los reyes.
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