Ahora con las
redes sociales la mirada que tenemos hacia la ventana de la intimidad ajena ha crecido a
niveles insospechados. Los trapitos ya nunca se volverán a lavar en casa, todo
se ventila a través del tuirer o del feis o del instagram.
Vamos, se salvan
vidas por medios de likes, por medio de compartir fotos de personas
desfiguradas, o perros en condiciones deplorables. Todos somos activistas de
nuestra propia cruzada que puede ser convertir al crossfit al grosso de los amigos, o decir que las diez champions
del Real Madrid son robadas, o que mi universidad es mejor que la tuya. No hace
buena digestión la comida que no se le ofrece al dios instagramero.
La condición
humana desnuda al punto que una mujer ahora sube una foto con un punto negro en
la palma de la mano para denunciar socialmente que su marido la verguea, pero
no tiene la tesitura de ir a un juzgado. Si el marido mira esa foto en el feis,
fijo ella ya no podrá ver la cantidad de likes o conmiseraciones que su foto
tendrá, porque seguramente el bruto que tiene por pareja, le cerrará los ojos a
pijazo limpio.
Y los niños, puta
madre los niños, he visto cada cantidad de genios en potencia que me avergüenzo
de haber nacido. Son niños renacimiento precoces en todo, en armar cubos de
rubik en centésimas de segundo, resolver ecuaciones cuadráticas, en el deporte,
en el arte, excelentes violinistas, bateristas, guitarristas, cantantes de
todos géneros.
Los programas
como The Voice, Factor X, America´s Got Talent, han abierto nuevas fronteras en
lo que a entretenimiento se refiere. Principalmente, en artes escénicas, o
interpretativas, como los cantantes, bailarines, artistas de escenario y
apluso.
Los youtubers, esas
estrellas de microondas que en 30 segundos ya se cocinaron una fama, todo por
cantar algún homenaje de algún artista muerto o hacer versiones de clásicos.
Es la vida efímera, los 15 minutos de fama que todo mundo tiene, o merece
tener, como decía Andy Warhol, ese niño terrible de la plástica neoyorquina que
realmente fue un viejo amargado y pervertido.
Vaya cosa, críos que apenas pueden prepararse un sándwich, interpretan como los mejores a BB
King. Niñas preadolescentes tocando Metallica como ninguna banda homenaje he
visto hacer. Breves bailarinas que harían que se le cayera la nariz a Michael
Jackson de la vergüenza.
Si me preguntan a
mí, qué hacía a mis 11 años, la respuesta es más simple que todo: leía a
Platero y Yo, de Juan Ramón Jiménez. Y lloraba en silencio al conocer la muerte
y la cruda verdad de la vida a través de un personaje que era apedreado en las
calles de Moguer, España.
Y montana un
burro que era pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo
de algodón, que no lleva huesos; y que iba a morir con toda la tristeza que eso
supone. Y yo sentía un vacío hondo en el pecho que ya nada me lo pudo llenar y
que conforme fui creciendo se fue haciendo más profundo y por más que leo y
leo, no se llena.
Y eso se debe a
que ahora a mis casi 40 años he descubierto que tengo un pecho insondable e
inconsolable.
He probado con
todo, releyéndolo a Jiménez, para exorcizar la tristeza. Leyendo otros nombres
de otras tierras más lejanas pero nada. A los 11 años aprendí a ser un triste
y eso lo he hecho a cabalidad. Ese es mi talento más grande y se los quería
compartir en las redes sociales para no sentirme un extranjero en estas tierras
cibernéticas.
Mi talento ha sido la melancolía, es menos flamboyante que todo ya lo sé, pero vaya a usted a saber, el trabajo que toma.
Mi talento ha sido la melancolía, es menos flamboyante que todo ya lo sé, pero vaya a usted a saber, el trabajo que toma.
2 comentarios:
Ay Juan Pablo qué texto tan conmovedor pues cierto es que a los niños de hoy les llega 20 y 30 veces más información que lo que ocurría con nosotros a su edad, sin embargo siempre habrá aquellos que por talento tengamos la melancolía no en el afuera sino que la que se traía con chip incorporado y ahí el valor agregado de traer uno de esos que no traen todos al nacer. Sigue enriqueciéndonos con tu tristeza esa que todos llevamos dentro compartida y no pero que hace con los relatos, narrativas la vida más fácil y feliz a otros.
Un abrazo!
"Tan blando por fuera, que se diría todo de algodón..." Gracias amigo por recordarme esa lectura hacía años olvidada. Y no creás que sos el único con un vacío tan grande por dentro y tampoco creás que no habemos muchos que tratamos de llenarlo con otras lecturas, con otras querencias, con otros sueños. Saludos y que la vida te sea leve.
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