lunes, 26 de octubre de 2015

VIVO EN UN AGUJERO NEGRO LLAMADO GUATEMALA


Vivir en un agujero negro es posible. Contrario a lo que digan los astrofísicos, se puede. 15 millones lo hacemos.

Guatemala es un país pequeño y altamente denso, de gravedad infinita. Una vez entras, ya nunca sales, te encoge al punto de hacerte infinitamente denso, sarcástico, ácido y te descompone en las partículas elementales de la materia.

Es difícil abarcar sus límites. Sabemos de la existencia de Guatemala por la forma en que afecta a sus vecinos, porque la luz se distorsiona cuando pasa, en avión digamos, o por sus fronteras; permisivas, antropófagas, insalvables.

Este agujero negro está al centro del continente, en el ombligo de América y desde acá su fuerza gravitacional hace girar los dos brazos del sur y del norte. Somos el centro de una galaxia de doble hélice a la que consumimos.

Este país es pequeño pero poderoso. Altamente destructivo. La física de partículas aplica acá, no las leyes del hombre. De hecho, cada cuatro años los políticos se encargan de recordarnos que las leyes de este país sólo sirven para limpiarse el culo. Su cósmico culo.

Como escritor es altamente frustrante ejercer en Guatemala. Se necesita espacio, distancia, tiempo para asimilar tanto que sucede acá. Pero no da tiempo alejarse de este lugar, porque los sucesos son una avalancha. La mayor parte son malas noticias.

El horizonte de eventos nos golpea cada segundo de tal manera que ya los sucesos se sobreponen en una masa homogénea de sentimientos. ¿Manifestamos por la corrupción, por la contaminación o por el corazón roto?

¿Hubo paro de labores por un deslave, erupción o porque murió mi perro? ¿Qué sucede acá? Y nadie tiene una respuesta o una propuesta. Es verborrea, es rumor, son olas que vienen y van y cuando uno se imagina que ha logrado asir algo, descubre que es espuma y se termina con las manos llenas de arena negra. Algo de oro, apenas.

Aun no termino de entender el asunto de las manifestaciones. Aun no dimensiono el robo desmedido del gobierno del PP. No capto el afán de las corporaciones en hartarse de los recursos naturales y luego castigarlos con contaminación. Gana un tonto la presidencia con una bandera camuflada detrás.

Se nos vino encima el Cambray y ahora la segunda vuelta. Don Roge, el que vende paches los jueves en la esquina de mi trabajo, no aparece desde hace 15 días y su familia ya dio dos vueltas a la zona preguntando por él.

Se hizo fotones, se me ocurre decir pero me encojo de hombros y me hago pequeño, la gravedad me comprime y soy otra vez, infinitamente denso. No se le puede decir nada a los que buscan. Lo aprendí de la maravillosa novela “La noche del 9 de febrero”, de Víctor Muñoz.

¿Qué se puede hacer frente a esta velocidad de sucesos, esta hambre de tragedia que alimenta nuestro agujero negro que llamamos hogar? ¿Es posible salir de esto, o estamos de paso en el agujero de gusano para llegar a otro universo paralelo donde todo no sea tan mierda? ¿Seremos antimateria?

Guatemala está estrujándonos constantemente bajo el negro peso de esta tierra. Nos machaca y nos escupe al resto del universo. Convertidos infinitamente en luz y en polvo estelar. Y si han visto ustedes las constelaciones, allí está la poesía. La destrucción y la vida.

Esta país no existe, amigos, somos el sueño febril de agujeros negros del cuadrapléjico Hawkings, el círculo de Dante que no osó escribir, el purgatorio de la materia. Vivir en Guatemala es astrofísica y las distancias para llegar a la luz, son insalvables.

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