Vivir en un
agujero negro es posible. Contrario a lo que digan los astrofísicos, se puede.
15 millones lo hacemos.
Guatemala es un
país pequeño y altamente denso, de gravedad infinita. Una vez entras, ya nunca
sales, te encoge al punto de hacerte infinitamente denso, sarcástico, ácido y
te descompone en las partículas elementales de la materia.
Es difícil
abarcar sus límites. Sabemos de la existencia de Guatemala por la forma en que
afecta a sus vecinos, porque la luz se distorsiona cuando pasa, en avión
digamos, o por sus fronteras; permisivas, antropófagas, insalvables.
Este agujero
negro está al centro del continente, en el ombligo de América y desde acá su
fuerza gravitacional hace girar los dos brazos del sur y del norte. Somos el
centro de una galaxia de doble hélice a la que consumimos.
Este país es
pequeño pero poderoso. Altamente destructivo. La física de partículas aplica
acá, no las leyes del hombre. De hecho, cada cuatro años los políticos se
encargan de recordarnos que las leyes de este país sólo sirven para limpiarse
el culo. Su cósmico culo.
Como escritor es
altamente frustrante ejercer en Guatemala. Se necesita espacio, distancia,
tiempo para asimilar tanto que sucede acá. Pero no da tiempo alejarse de este lugar,
porque los sucesos son una avalancha. La mayor parte son malas noticias.
El horizonte de
eventos nos golpea cada segundo de tal manera que ya los sucesos se sobreponen
en una masa homogénea de sentimientos. ¿Manifestamos por la corrupción, por la
contaminación o por el corazón roto?
¿Hubo paro de
labores por un deslave, erupción o porque murió mi perro? ¿Qué sucede acá? Y
nadie tiene una respuesta o una propuesta. Es verborrea, es rumor, son olas que
vienen y van y cuando uno se imagina que ha logrado asir algo, descubre que es
espuma y se termina con las manos llenas de arena negra. Algo de oro, apenas.
Aun no termino de
entender el asunto de las manifestaciones. Aun no dimensiono el robo desmedido
del gobierno del PP. No capto el afán de las corporaciones en hartarse de los
recursos naturales y luego castigarlos con contaminación. Gana un tonto la
presidencia con una bandera camuflada detrás.
Se nos vino
encima el Cambray y ahora la segunda vuelta. Don Roge, el que vende paches los
jueves en la esquina de mi trabajo, no aparece desde hace 15 días y su familia
ya dio dos vueltas a la zona preguntando por él.
Se hizo fotones,
se me ocurre decir pero me encojo de hombros y me hago pequeño, la gravedad me
comprime y soy otra vez, infinitamente denso. No se le puede decir nada a los
que buscan. Lo aprendí de la maravillosa novela “La noche del 9 de febrero”, de
Víctor Muñoz.
¿Qué se puede
hacer frente a esta velocidad de sucesos, esta hambre de tragedia que alimenta
nuestro agujero negro que llamamos hogar? ¿Es posible salir de esto, o estamos de paso en el agujero de gusano para llegar a otro universo paralelo donde todo
no sea tan mierda? ¿Seremos antimateria?
Guatemala está
estrujándonos constantemente bajo el negro peso de esta tierra. Nos machaca y nos
escupe al resto del universo. Convertidos infinitamente en luz y en polvo
estelar. Y si han visto ustedes las constelaciones, allí está la poesía. La
destrucción y la vida.
Esta país no existe, amigos, somos el sueño febril de agujeros negros del cuadrapléjico Hawkings, el círculo de Dante que no osó escribir, el purgatorio de la materia. Vivir en Guatemala es astrofísica y las distancias para llegar a la luz, son insalvables.
Esta país no existe, amigos, somos el sueño febril de agujeros negros del cuadrapléjico Hawkings, el círculo de Dante que no osó escribir, el purgatorio de la materia. Vivir en Guatemala es astrofísica y las distancias para llegar a la luz, son insalvables.
Tu lenguaje coloquial siempre agrada y molesta a la vez, adelante caminante!
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