Vaya espejo de humo. Vaya
fatamorgana. Viendo la distopía de Netflix llamada Black Mirror, concluyo que
nuestro futuro es eso: el cinismo y la decadencia.
Si me preguntan
que hice este mes, pues leí y vi Netflix. Me alejé de las redes por un simple
asunto de ver qué pasaba cuando no tenía el celular a la mano y vivía pendiente
de las notificaciones. Yo que soy propenso a las adicciones.
Ya tengo mis
últimos diez años de la vida, metidos y documentados en el social media, allí hay de todo para que se regocijen: buenas crónicas,
malas fotos, tags en anuncios,
chistes machistas, racistas, posts donde me hago el grueso, tuits
confrontativos, llorones, dolor y amor, sexo y conectes.
Así que este mes
revisé mi Facebook y mi Twitter. También a sus hermanos tarados: el Hi5 y el
Google + ¿y saben algo? Si fuera alguien importante como Hemingway o Marilyn
Monroe, me gustaría ver mis desidias, mis amores, mis errores y mis fiestas.
Pero soy yo,
simple y aburrido y mediocre y común, yo. Me hubiera encantado ver el Instagram
de Gustav Klimt, el Twitter de Onetti, el Facebook de Virginia Woolf, el
Snapchat de Elizabeth Taylor, el Tinder de Anaïs Nin, o el blog de Henry Miller.
Pero no. Esos
espacios virtuales los tengo llenos de mediocridad y lloro. Me vi allí
reflejado: un engranaje más, un mortal más. Y da hueva verse así. Me aburrió mi
vida, la cual pensé, era un derroche de emociones e intensidad. Revisé la de
mis contactos y bueno, no pasa mayor cosa. Todos somos aburridos.
Devine un stalker
en este mes.
Las redes
sociales nos hacen creer que nuestra vida importa, pero esa idea es un tótem,
la idolatramos y como tal, no es cierta. Es un palo tallado de forma hermosa
que sirve de maravilla a los antropólogos, que son los nuevos arqueólogos:
encuentran los remanentes de una civilización en decadencia. Y bueno, para eso
sirven las redes sociales: para tesis de ciencias sociales.
Black Mirror nos
muestra un mundo donde la publicidad se acopla a los algoritmos de búsqueda,
tal y como sucede en FB y TW. La máquina se interesa por nosotros a nivel
particular (inserte meme de hámster girando en rueda o burro siguiendo la
zanahoria).
Y es fácil comprar
la idea cuando la tenemos al alcance de la punta de los dedos, a unos
golpecitos en la omnisapiente pantalla táctil: el mercado domina el mundo
moderno, y si le importamos al mercado, somos importantes. Sí. Y no.
De nosotros se
compone la gran máquina y como tal, somos reemplazados a diario… ¿o ustedes
creen que acá vivimos para siempre? De una forma filosófica, posiblemente, ya
que nos convertimos en bits informativos, que es como descomponerse en carne y
hueso, rumbo al polvo bíblico o de las estrellas, como mejor les plazca.
Los seres humanos
que mueren son reemplazados por otros que abren la cajita del iPhone. O de los
otros teléfonos, si son pobres.
Y he allí el
meollo del asunto: la justificación de la tecnocracia. La división por clases
sociales dependiendo de los vehículos de acceso a la red. Y empiezan las
peleas, y los conflictos. Y mi razón sobre la tuya y cuando menos sentimos, nos
han pasado los días y los años peleando y discutiendo temas en redes sociales
como si tal cosa, lograra algo. Ganar una afrenta en Twitter es nada. Escribir
cientos de miles de palabras en Facebook tratando de imponer un punto de vista,
es ego.
La pregunta que
flota en el ambiente luego de bucear tantas vidas es ¿Cómo llevamos a la
práctica, al mundo real, tanto odio, tanta razón, tanto deseo, tanta frustración
y dolor? Hay una paranoia colectiva sobre nosotros, las nubes se ciernen sobre
un país entero. Mi miedo es que se hagan techo y ya está: el manicomio más
grande del planeta.
Acá afuera hay un
mundo de lecturas importantes, libros grandes en contenido, que ensanchan el
pecho y la cabeza. Las redes sociales nos ofrecen la potestad de hablar de lo
que sea pero sin fundamento, confundimos información sesgada con conocimiento,
y bueno… ya todos conocemos el caso de aquel tonto del pueblo que aprendió a
hacer videos.
Dejen de hacer a
los idiotas famosos.
Tomarse en serio
las redes sociales lleva consecuencias duras como tanto suicidio de
adolescentes por no entender de fronteras entre un mundo y otro. Darlas por
sentado, minimizarlas, también lleva al aislamiento. Acuérdense del caso de
Mario Bobby Morales y su torre de marfil. Este mundo dividido vino para quedarse:
mundo real y virtual.
Y allí va la cosa
se nos van los datos siguiendo poetas llorones en Twitter, trolls, riendo con videos
de gatitos, blogs patéticos que hinchan de contenido marrón la red (sí, como
este), videastas que piensan que cambian el mundo, académicos del hashtag.
Y sí, la tercera
guerra mundial será un hashtag.
Mientras tanto
recuperé la música, volví a leer, a escoger buenas series, aprendí a andar en moto. El aire en la
cara y el pecho, la carretera larga y un maldito motor rugiendo en medio de las
piernas, llevando el miedo de caerse directamente a los huevos que se
empequeñecen y la adrenalina bombea su coctel por los músculos, tensos y la
cara perlada de sudor.
Si un día de estos lo asalto, por favor salúdeme.
Si un día de estos lo asalto, por favor salúdeme.
2 comentarios:
Excelente...espero seguir leyéndolo aunque sea de vez cuando,pero porfa no deje de hacerlo.
Si me asaltas aprovecha para contar cuales series me sugieres. 😉 quizá no las vea quizá si.
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