Estaba
desempleado y me acababan de despedir de Siglo 21. Me querían obligar a callar:
tenía instrucciones sobre cómo hacer periodismo, ninguneando al movimiento gay.
Ya saben las directrices medievales del Opus Dei.
Hace diez años
perdí mi columna de opinión llamada Rata de Ciudad que se publicaba en ese
periódico venido a menos. Hace diez años me dijeron que abriera un blog y así nació
Fe de Rata.
La entrada, primera entrada fue un derroche de timidez, esa piedra que agobia. Fue un texto breve que ahora que lo leo, me da ternura mi inocencia. Fue un siete de mayo de hace diez años.
La entrada, primera entrada fue un derroche de timidez, esa piedra que agobia. Fue un texto breve que ahora que lo leo, me da ternura mi inocencia. Fue un siete de mayo de hace diez años.
Era un pésimo
escritor con ínfulas de grandeza, cosa que no ha cambiado en una década. Tenía
un libro publicado que me costó tres vidas.
Vivía en zona 1 y
fui su monarca, corona que compartimos junto a la troupè que la recorrimos en
jauría feroz, hambrienta de noche, insaciable.
Hace diez años
lavaba platos con parsimonia luego de cocinar pasta con cualquier cosa, me
cantaba al oído Nick Cave y sus malas semillas.
Este es mi
contexto, así me hice poeta, así me hice hombre. Comiendo mierda por fuera y
por dentro. Somatando teclas de una vieja HP.
No tenía internet
sólo libros y ganas.
Caminaba 25 metros para el café internet donde investigaba aquello que no tenía la
enciclopedia Encarta pirata que tenía instalada. Le pagaba al dependiente del
local para que me descargara los listados de música y videojuegos para
tener en mi haber y hacer del encierro, algo más tolerable.
Tenía odio hacia
mí.
Nick Cave me
gustaba por enamoradizo y por su conflicto inmenso con Dios. Un Johnny Cash australiano. Siento que me canta(ba) a mí, apóstata de la
institucionalidad, pero amante del rostro de las procesiones.
Hace diez años
miraba los Santos Entierros en la noche de Viernes Santo y madrugada de Sábado de Gloria, llorando de borracho por verme allí en
las caras de los penitentes, de las lágrimas de la Virgen, del rostro vencido
del Nazareno. Del viejito marchito de la tuba o del niño dormido dentro de los pechos tibios de la madre, ajeno al teatro de la muerte.
Era el dueño de
una ciudad salvaje y me paraba frente a ella a verla ladrar, le tiraba las
migajas de mis historias. Nunca volví por ese camino de migas. Yo fui la bruja
de la casa dulce.
Hace una década
miraba putas y putos ganarse la vida por las calles y avenidas mojadas y
apestosas de una ciudad construida de mierda. Era una mosca más del centro.
Brincaba de bar
en bar buscando canciones. Conocí el fuego del arte que no cesa y ese calor brilla en lo negro de mi pecho.
Tuve un amor. Un
gran amor. Perdido ahora en los entretelones del tiempo. Fui un mierda.
Insisto, tenía
odio por mí y esa rabia contaminó mi apartamento, mi cuadra, el barrio, el
jazz, las baladas, las rockolas y la noche. Bebía porque no tenía otra diversión que el vaso. La cocaína
hermosa y violenta que me hizo la vida de MTV.
Así llegué yo
acá: roto y veterano de la intensidad. No me he ido. Carbones tibios guardan
aquel fuego y ya huele a gasolina.
5 comentarios:
Que chilerosidad de remembranza. Soy su fan amigo.
10 años y este "blog" nos sigue llevando...
Genial! Estaba buscando donde darle like. La falta de costumbre. Salud por diez años más.
Mi papá siempre nos ha dicho "atreverse es la mitad de la vida". Nunca hay intentos fallidos. Qué bueno que regreses!
Saludos
Ojalá y sean por lo menos 100 más Juan Pablo. A perseverar, seguir leyendo y seguir escribiendo, que son las únicas puertas seguras al abismo o a la gloria. Saludos
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