(Portada del comic policial Pulp, Estuardo Prado. Editorial X. Arte: Alejandro Marré, contiene ilustraciones del cineasta guatemalteco mexicano Luis Urrutia).
Siguiendo la tradición de este blog, les presento
a continuación mi texto antinavideño 2018, el espíritu de la época me lo
solicita y luego de leer el comic policiaco de Estuardo Prado que publica para
estas fechas, pues era necesario. Espero lo disfruten y compartan con sus seres
queridos, este mensaje de paz y amor y mucha reflexión.
Hace dos años Guatemala
empezó un camino que nunca se había atrevido a tomar: el del cambio de las
estructuras de poder, el cambiar las mareas políticas a las que se había
acostumbrado. Guatemala empezó a pronunciarse luego de ser un país sometido por
medio de balas y sangre, al silencio.
La población
salió a las plazas para tomar lo que le pertenece por derecho: su orgullo, sus
calles, su país. El país en que vivo, mi patria, empezó tímidamente a hablar,
para luego gritar y exigir sus derechos perdidos.
La nueva
primavera democrática estaba a la vuelta de la esquina. Los ciudadanos
circulaban con la camisola de la selección nacional de futbol para darle un uso
mucho mejor que el de los futbolistas.
Usarla era casi
como ser un seleccionado nacional de la ciudadanía. La gente que asistía a las
manifestaciones limpiaba su lugar, recogían la basura, cantaban el himno, hacían
sonar las vuvuzelas, madreaban a los políticos, puteaban a los corruptos y maldecían
a los apáticos.
A raíz de esos
movimientos ciudadanos espontáneos, se crearon nuevos colectivos que estudiaron
el fenómeno, se escribieron loas, poemas, odas, se entonaron canciones de
protesta, se unió el empresario con el sindicalista, la feminista con el
machista, el homosexual con el homofóbico, muchos abogados devinieron poetas,
muchos policías, artistas; y muchos vagos, empresarios.
Guatemala era un
semillero de oportunidades hace dos años y medio, encaramos el futuro con el
pecho al sol, las manos ardiendo por trabajar por un nuevo porvenir, se hablaba
de política en todas las esquinas, y los aires de cambio soplaban por las
esquinas, llevándose los últimos rastros de apatía
¿Y saben para qué
sirvió todo eso?
Para ni pura
verga.
Guatemala no
cambia, Guatemala no cambiará. Sigue siendo el mismo estercolero, el mismo
chiquero engordando a los mismos coches de siempre. Este país es el maldito
infierno y algo hicimos nosotros en nuestras vidas pasadas para haber nacido
acá.
El ciudadano de a
pie, el manifestante de los sábados, es un malparido en su vida cotidiana. Le
da verga a su mujer y a sus hijos, es zalamero con el poder, un transa de
mierda que si puede se salta todas las leyes incluyendo la más sagrada de
todas: la ley del monte.
El guatemalteco tiene
características que lo hacen un buen trabajador. Desde pequeños nos enseñan a
ser excelentes “meseros”: serviciales, atentos con los extranjeros, con el
otro, con el poder, sumisos, callados, prontos para los mandados, cristianos,
pro estatus quo. Nos enseñan, que el otro, el igual a nosotros, es inferior,
una mierda, el indio, el apestado. Nos enseñan que debemos ser arribistas y
besarle la mano a su mercé el poder.
Ni hablar de las
autoridades que nos gobiernan, que no son raza aparte - como cualquier biólogo
extranjero que nos visite, pensaría - . Son la siguiente evolución del
ciudadano de a diario. Los políticos son el último eslabón en la gran cadena
que significa ser guatemalteco, un verdadero chapín de sangre.
El político
chapín reúne todo lo malo de todos y lo potencializa a base de inyecciones de
poder absoluto. Se vuelve nepotista, pero seamos conscientes: ¿quién en su
reputa vida cotidiana no la ha sido, jugado para su propia camisola, apostado a
yoísmo antes que a la colectividad?
La sombra
ubiquista se cierne sobre un país: los buenos tiempos eran aquellos donde los
problemas se barrían a tiros y se escondían debajo de la alfombra de la tumba
clandestina. “Es una lástima que los derechos humanos se vinieron a cagar en
todo”, rebuznan los idiotas apologistas de la pena de muerte. Me cago en ellos.
Los amados extranjeros,
esos héroes que tanto estamos envalentonando, no van a poner el pecho por el
país. Hacen currículo para irse a la verga, cosa que no suena tan mal luego de
ver la realidad cruda, profunda, negra y maldita que nos toca vivir a diario.
Un oenegero de
los países felices nórdicos me lo dijo en una oportunidad de una manera tan
clara y que resume el sentir de muchos románticos que vienen a Guatemala a
tratar de sacar el buey que somos de la barranca:
“Venimos acá y
nos damos cuenta que el país tiene un potencial enorme y que será fácil,
cuestión de pocos años, para que empiece a caminar y despegue. Las condiciones
están dadas, hay potencial humano, inversión, empresarios, tejido social en
construcción, ganas de hacer las cosas”.
“Pero de repente,
de la nada, todo se cae. Y no es por nosotros, es por ustedes, por su forma de
ser, de no tener principios para con su gobierno y con ustedes mismos: se roban
el dinero de las ayudas, contratan amigos y familiares para hacer los negocios,
lo quieren todo regalado, ya no quieren trabajar, se quejan y no hace nada”.
“Todo lo
construido en una misión para el país, se cae por su clase política, los
gobernantes, los empresarios sucios, inclusive los religiosos que se meten en
los asuntos de gobernanza. Todo se trata de salir de pobres a costa de quien
sea. Eso nos cansa, nos desmotiva. Es como vivir una película de Hitchcock día
a día”. Eso me dijo.
La clase media es
un hervidero de cangrejos que podemos ver en su mejor momento a la hora del
tráfico: sólo velan por el derecho de su nariz, por su llegar temprano, por
estar antes que cualquiera, por ganarle el puesto al otro. Hijos de la
grandísima puta todos.
Y encima ultra
religiosos, homófobos, xenófobos, lamen la bota que los patea. No vaya alguien
a decirles lo contrario, que es COMUNISMO, SOCIALISMO, ANARQUISMO, POESÍA. Acá
en Guatemala se reverencia al Ejército como un santo, cuando ha sido la mano
más maldita que ha saqueado el país y asesinado a los que tenía que proteger.
Insisto, hijos de la grandísima puta todos.
Asesinos,
saqueadores, contrabandistas, narcos, diputados, ministros, presidentes,
asesores. Los cargos más pusilánimes han sido ocupados por los militares más
mierdas, que se encargan de opacar a sus mejores integrantes, apachan a sus
mejores soldados, ocultan y ningunean a los militares éticos, los que están convencidos
de su misión constitucional.
La ultra derecha
asquerosa evitando que se combata la corrupción porque es beneficiaria directa
de ella. Recerotes. La ultra izquierda discursiva y posera atascada del cuerno
de la abundancia cooperante, los intelectuales teorizando con single malts,
abajo el capitalismo y salú con Zacapa Centenario. La inacción de la media
moderada camina a empujones, miedosa, recibiendo piedras de ambos lados. No hay
un puto consenso.
¿Y yo? También
voy este barco, no me eximo de culpas, fallo, cometo errores, pero aprendo y
trato de redimirme. No tengo la verdad, ni la solución: pero tengo ojos y veo,
escribo esto para ponerlo sobre la mesa: somos los apestados de nosotros
mismos.
En este contexto,
de esa rabia, de ese devenir de sucesos asquerosos, salen escritores como
Estuardo Prado que nos ponen un espejo para que nos veamos desnudos y feos como
somos. La literatura de Prado no puede ser llamada alucinante, ni artificiosa,
es lo más cercano que tenemos al realismo social. Pero en ácido.
Es muy fácil reír
con las situaciones inverosímiles que propone el autor: dos ángeles que pelean
por el alma de un cristiano a unos metros sobre su cabeza, dejando caer
mientras tanto, gotas de mierda sobre el afectado.
Pues ese cabrón
en este cuento, llamado Maximiliano Pérez, reencarna a todo un país, es el
nombre de toda una sociedad llamada Guatemala. Estuardo Prado, nuevamente, no
hace otra cosa que describírnosla.
Antes pensamos que
Estuardo era un escritor con una mente fantástica que utilizaba la realidad
para llevarnos a escenas de un barroco psicodélico, pero no, cada vez se
convierte más en el cronista de un tiempo imperfecto.
No condene a Prado por lo que escribe: es su espejo. Véanse desnudos, fofos, ciegos, sumisos. Así mero, calladitos y bonitos, haciendo cola para empacar regalos. Feliz Navidad.
No condene a Prado por lo que escribe: es su espejo. Véanse desnudos, fofos, ciegos, sumisos. Así mero, calladitos y bonitos, haciendo cola para empacar regalos. Feliz Navidad.
No podría estar más de acuerdo con tu opinión Juan Pablo, así somos y así nos va.
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