Un retrato personalísimo del recién fallecido poeta y polemista Lester Oliveros. Deja una obra inconclusa, una historia para el realismo sucio, lágrimas y dolor para los que tuvieron a mal a cruzarse en su camino. Un adiós al proto poeta maldito urbano.
No recuerdo cuando lo conocí, de repente apareció en la escena literaria sabiendo todo de todos. Un tipo raro, pensé, pero éramos escritores, sustantivo que se mueve en la periferia de la normalidad.
Sucede que Lester Oliveros se murió la semana pasada. Diagnóstico: paro cardiaco. ¿Inesperado? Sí. ¿Sorpresivo? No. Oliveros era un tipo que bebía mucho y se drogaba más. Leía bastante y escribía. Trataba de hacerse un espacio adentro de las letras nacionales a base de intensidad, complejidad, riesgo y delincuencia.
La noticia me entristeció porque lo conocí y tenía talento disperso, el cual, supongo, no se logró elevar más por su estilo de vida caótico y locuaz. Al mismo tiempo de la noticia de su deceso, aparecieron los testimonios de los y las afectadas por haberse cruzado con Lester.
Textos que narran cómo fueron víctimas de ataques de índole sexual y criminal, es decir, andaba con una navaja siempre, que, en sus estados alterados, utilizaba para asaltar a personas (conocidas y desconocidas). Un paria.
Indomable, carecía de la disciplina que requiere mantenerse útil para el sistema. Es decir, trabajar, socializar, aprender a ser un ser “civilizado”, con las dudas del caso que conlleva ese término. Un machista.
Presenté en Sophos hace más de una década su libro Venados y Jaguares en que se prometía una voz poética explosiva, un primer poemario con lava por sangre de metáforas graníticas. Lester fue un volcancito navideño: corto, furioso, explosivo y si uno se acercaba, dañino.
Mantuvimos una relación cordial y eventual. Cruzarme con él en eventos culturales significaban charlas de libros, proyectos y actualización de su vida que era una espiral de sorna descendente e imparable.
- ¿Qué hacés ahora?
- Trabajo como corrector de textos.
- Me alegro.
Un mes después
- ¿Cómo va la corregida de textos?
- Me despidieron por ofrecerle vergazos a mi jefe.
- ¿Qué haces ahora?
- Trabajo de empacador en un supermercado.
Un año después
- Hola Yeipi – así me saludaba – ¿cuándo me venís a ver a Mazate?
- ¿Allá estás ahora? ¿Qué te pasó?
- No aguantaba la ciudad y me querían verguiar.
Reía a carcajadas con los ojos afilados, retadores y luego hablaba de proyectos imposibles de realizar para alguien como él, pero factibles en su aguardentosa mente. “Tengo obra de artistas que vendo”, sentenciaba. Ya se sabía que era producto de alguna estafa o que él mismo falseaba. Un Gollum.
Sucede que las historias no eran completas. Huía porque lo estaban buscando. Debía dinero. Libros. Obras de arte. Le querían pegar. Pensaba que lo buscaba la policía (no me extraña). Diferentes colectivos le buscaban por haberse quedado con plata ajena, haber saqueado o destruido casas en que amablemente le recibían. Un animal de presa de la oportunidad. Un chacal.
Le conocí la casa en que vivía en la colonia La Reformita, en la zona 12 de la ciudad capital. No era casa, era un palomar en toda la regla del caso. Un lugar peligroso y con fama de albergar a los ladronzuelos de poca monta que llegaban a dormir y a drogarse, una cueva donde se buscaba lo inasible. Novio eterno del hada verde.
Me pedía que lo llevara a su hogar porque a las dos de la madrugada le tocaría caminar la zona 1, pasando la Avenida Bolívar, Trébol, la Petapa y llegar a su habitación como a las cuatro de la mañana. Me daba lástima. Lo miraba – y esto no es insulto – como un perro de la calle abandonado que me seguía a donde fuera, moviendo la cola.
Acompañado de su pareja, una chica de mala vida, que ahora que Lester falleció, se rumora que ella había muerto algunas semanas (o meses) antes. Julia recuerdo que se llamaba y era su alera de noche y de vicio.
En una oportunidad que lo vi solo, le pregunté por ella y me dijo que estaba embarazada. Al parecer, vendieron o regalaron al bebé. Lo mejor que le pudo pasar a esa nueva vida, hoy huérfana de padres biológicos.
Le daba un billete de a Q100 cada vez que lo veía y lo agradecía regalándome libros que nunca le faltaron en su maletín de cuero, que fue involucionando hasta convertirse en bolsas de plástico con papeles adentro que sólo eran importantes para él.
Ahora me entero, que esos libros eran robados. Los tomaba de librerías, de amigos, de lo que fuera. Así que, si usted le prestó libros a Lester o se los robó, es probable que yo tenga algunos. No me los pidan.
También me vendía eventualmente, poemas escritos a mano. “Este es un original”, me decía y me daba el manuscrito mostrándome las demás copias de su texto para que supiera que no mentía. Al menos, no en eso.
Esas hojas las fui acumulando, tenían rastros de ceniza de cigarrillo, marcas de culos de botella, alguna etiqueta de litro de cerveza con garabatos de él. No sé qué las hice, tampoco las buscaré. Si aparecen, pues allí estarán. Se salvaban algunas metáforas, pero ese ritmo descollante que le conocí, se había perdido.
¿Era Lester Oliveros un escritor maldito? No estoy seguro, pero es lo más cercano que he conocido partiendo de la definición de esa figura artística. Era y es, odiado por lo mismo descrito anteriormente: asaltaba, pegaba, agredía, estafaba, insultaba, gruñía y no tenía filtro. Insisto, como un perro de la calle que, al recibir el pan, muerde la mano y sale corriendo.
Se romantiza demasiado la figura del poeta maldito, pero es insoportable tenerlos cerca. El amor a la obra de Rimbaud es proporcionalmente inverso a lo que el cabrón hizo en vida. En Facebook se comparten memes literarios con versos de Bukowski, pero no imaginan lo que era vivir con ese malparido.
¿Hay que juzgar la obra a partir de la vida del artista? No. Pero no esperen salir impunes al cruzarse con ellos. ¿Cuáles fueron las condiciones que llevaron a Oliveros a ser así? No las sé, no las juzgo y tampoco lo defiendo.
Era un proscrito bajo la definición foucaultiana, un vivo ejemplo de alguien que no se adecuó al sistema y se fue por la libre y no le quedó otra que la delincuencia para vivir y la literatura para aguantar. ¿Habrá querido ser escritor o personaje? Quiso ser lo primero y terminó convertido en lo segundo.
Tenía talento, vaya si no. Mucho más que algunos de nosotros. Eones más que muchos de la escena. Que ustedes y yo, no vivamos como él, no nos hace mejores para escribir. Nos hace unos acomodados al sistema. Y el “sistema”, incluye los valores morales que tenemos y que él carecía.
Pero el talento no fue suficiente para dejar una obra trascendente, porque por muy maldito que se sea (o se quiera o pretenda ser) se necesita de autodisciplina para curar la propia obra, para dilucidar caminos creativos, metas artísticas. Oliveros hizo un performance de sí mismo sin saber exactamente el porqué.
Miedo y asco en Guatemala, habría dicho Hunter S. Thompson. Sus crónicas de la escena literaria local daban cuenta de ese espíritu Gonzo que lo poseía. Las pueden encontrar en el Facebook o dispersas por internet.
Otro de los casos que conocí de cerca es el de Jorge Arturo Rojas, el Xibalbá. Poeta, cancionero y cantante que cambiaba poemas escritos a puño y letra por comida, tragos y cama para dormir. Allí, durante varios años, lo vi apagarse por el vicio. No se puede hacer nada. Lo último que supe de mi amigo es que lavaba autos en Huehuetenango. Una pena, ojalá esté bien.
Sé que era difícil de vivir con el Xibal por testimonios de ex parejas y otros amigos. Mucho talento y mucho diablo. Roberto Monzón es un caso similar, consumido por al alcohol, pero con una red de apoyo más grande que la que tuvo Lester.
Y no es que no se le haya querido ayudar, pero la red de Monzón era organizacional: militaba en el EGP y eso le ayudó a tener más sustancia a pesar de su feroz alcoholismo. Y es que ahora ni siquiera se tiene eso: organización política, vamos dispersos en el centro comercial que es todo el mundo occidental. Monzón era guapo y la estética juega un papel en ambos casos porque, por lo contrario, Lester era feo. Goya lo soñó.
Y en ese ying yang, los atisbos de sensibilidad y ternura afloraban dentro de su abismo, pero no fueron lo suficiente para construir algo coherente. Nos queda la anécdota, las historias, el dolor que infligió a muchas personas, las deudas, un hijo que nunca sabrá quién fue su padre, dónde, ni cómo fue concebido, porque nunca lo conocerá.
El más grande acaso, acto de ternura y sensatez de Lester Oliveros.
Qué triste es sentir alivio porque ya no esté.
ResponderEliminarSin duda, eso es lo triste. Yo pedía jamás toparme de nuevo con él. Ya veo que no lo haré.
EliminarLester fue en todo caso, una foto con patas de lo que la calle de esta ciudad es. Un broder peligroso pero escritor al final de todo. Se fue y quedó debiendo una botella el mister.
EliminarLo conocí en buena época con su chica, el amor de su vida. Ella no era vidente, no recuerdo su nombre, de muy chavito que me pegaba a conversar. Era muy agradecido, intenso, admirador de Aníbal López, era de los nuestros en veces... Lo alejábamos cuando con Aníbal nos transformamos en caníbales. Lester era para que lo devoraran otros.. ..me menciona en algo que escribío..no se dónde ni cual.
EliminarGracias por presentármelo en tan conmovedor relato.
ResponderEliminar“Goya lo soñó”….
Es de las frases más poéticas que he leído últimamente.
Creo que no hay mejor descripción ni forma más tierna y objetiva de situar a la persona, como bien dijiste, convertida en personaje.
ResponderEliminarQue tremendo...no cabe duda que Goya lo soñó y vos lo escribís bien.
ResponderEliminarGracias por la letra
yo lo conocí antes de estar maldito, muy interesante hablar con el, después su novia ciega se murió y ahora leo esta historia que lo retrata a la perfección, su bondad murió mucho antes que el, pero doy fe que algún día la tubo.
ResponderEliminarCapulinita 4ever!!!
ResponderEliminarPero no entiendo cómo se justifica tanta violencia por haber tenido talento de Escritor...
ResponderEliminarPatricia Cifuentes Loarca...
Pfff! Jamás me imaginaría que iba a leer semejante descripción, realmente la vida da vueltas.
ResponderEliminarTambién conocí al controversial Lester, por momentos divertido y por momentos un ave de rapiña, recuerdo que en una ocasión, fuimos con su novia Ana Julia y con el poeta Winston González a leer poesía al cementerio, en esa ocasión el me "prestó" un libro de Mary Shelley wue tenía cuentos de terror, el libro era robado de la Biblioteca Nacional, ya que tenía la hojita de control de préstamos en el anverso de la portada del libro, me pareció curioso eso de que robaba libros, tenía talento pero cómo bien lo dijo Juan Pablo en su blog, el alcohol y las drogas lo socavaron, me alegro saber que el hijo paró con otras personas, muy irresponsable si Lester y Ana Julia lo hubieran tenido con ellos, creo que si se merece eñ título de escritor maldito, sabía que era chinche pero no al nivel de ser asaltante con navaja, el personaje superó al poeta, descanse en Paz, Lester Oliveros.
ResponderEliminarQué atípico muerto...se supone que cuando nos vamos nos lloran, cuando morimos se olvidan nuestras maldades y daños..cuando morimos somos buenos. Qepd el poeta Lester.
ResponderEliminarQue buen retrato Juan Pablo. Saludos y abrazos!
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