Y es que antes que nada los Gallagher, Lian y Noel, son fanáticos del futbol de su natal Manchester, la tercera ciudad más grande de Inglaterra gracias a que fue unos de los pilares de la Revolución Industrial durante el siglo XIX.
Manchester tiene una cantidad ingente de fábricas, industrias y una clase alta bastante educada que ha sabido invertir en la ciudad, logrando posicionarla como uno de los centros neurálgicos de la economía inglesa, la educación financiera y las artes.
Noel y Liam, no formaban parte de esa burguesía visionaria. Ellos integraban las familias de trabajadores de cuello azul, obreros de las fábricas, pobres de países desarrollados. Sus padres ni siquiera son nativos ingleses, eran irlandeses que migraron buscándose la vida, huyendo de las bombas del IRA y los balazos del ejército inglés.
Como buena caricatura irlandesa, el padre de los Gallagher, era un bebedor irredento, golpeador de mujeres e hijos, católico y fanático del futbol. Noel y Liam – los hijos del matrimonio que nos interesan – crecieron en una casita en los suburbios de Manchester lidiando con los golpes y alcoholismo de su padre.
Sumisos en casa y unos diablos en la calle. Apenas terminaron de estudiar la secundaria, presos por robos, abuso de sustancias, licor, peleas, destrucción de propiedad privada y pública. Unas joyas con destino de las cárceles del sistema. Hooligans del ManCity.
Cuando crecieron en la década de 1980, ya Manchester era la meca del post punk liderado por Joy Division (luego New Order, gracias a que Ian Curtis no aguantó la vida), The Smiths, Stone Roses y bueno, ya se hacen la idea.
El papá de Noel y Liam les pegaba tanto que desarrollaron tartamudeo. Creo que ya hay bastante contexto para que se hagan a la idea de quiénes son este par de cabrones y del porqué son como son.
Ingresaron al mundo de la música y lo tomaron por asalto. Su subida al olimpo fue meteórica y desde allí dominaron el planeta. Aún recuerdo ver ese primer videoclip Wonderwall que me voló la cabeza y que le siguió el de Champagne Supernova en el MTV y quedarme idiota de lo sublime de la propuesta. Fan instantáneo.
Oasis asistió al MTV tardío, en que la música aun importaba y un video musical era determinante para el éxito o fracaso de un sencillo o para sepultar a una banda en los anales de la intrascendencia.
Con la disolución de la banda en 2009, Oasis le puso también un fin a ese canal que se convirtió en un zombie del consumismo de una audiencia que no buscaba música, si no escape a través de las vidas de los otros. Perros reality shows, yo también los veo.
Oasis, en mi caso, vino acompañado en un momento en que lo inglés era la moda en la cultura pop y la farándula. Películas, música, cine producido que empezó a masificarse en el continente americano sumando a la oferta de la televisión por cable.
Claro, una invasión británica distinta a lo acostumbrado. Las películas ya no eran las sublimes comedias del grupo Monty Phyton o la intriga del espionaje internacional a través de la pija de James Bond. Los Beatles y los Stones eran acetato, Oasis, el fenómeno CD.
Aparece Danny Boyle con su Trainspotting lo que me hizo enamorarme de dos cosas: la narrativa cruda de Irwin Welsh y de Pulp, esa banda que gravita alrededor del tótem creativo llamado Jarvis Cocker.
A leer lo que pudiera de Welsh. Me consiguieron Trainsnpotting en inglés y no entendí un culo porque estaba escrita en caló británico y acaso por eso, talvez me guste más la versión cine. El libro de relatos Acid house (que también fue llevado al cine por Paul McGuigan) es realmente genial, ese lo leí en traducción al castellano de España, pero fue más fácil hacer los símiles al castellano latinoamericano. Welsh se convirtió en mi padre anarcoliterario.
Y aparecen los Oasis y bueno, todo preparado para hacerme uno de los billones de fanáticos de estos delincuentes devenidos super estrellas del rock. Y vivieron como tales y se comportaban como tales: displicentes, mierdas, arrogantes y talentosos.
¿Qué esperaban de unos músicos arrabaleros de Manchester que desprecian todo aquello que es distinto a ellos, esos xenófobos del conocimiento? Eso no les quita el talento para componer y construir himnos rock pop que sólo engrandecen a su leyenda de enfants terribles. Perdón, bad boys. Odian lo francés.
Se pelearon por diferencias familiares y berrinches de niños – hombre. Pero si algo tiene el futbol es que genera comunidad, identidad y fidelidad. Mucho se ha escrito sobre eso y los fanáticos harán lo que sea para apoyar al equipo de sus amores.
No pueden meterse a jugar porque obvio, no pueden dirigir el plantel a pesar que gritan a la televisión y a la gramilla. A los fanáticos les queda la fe y esta se manifiesta a través de creer ciegamente en un milagro, en un gol pavoroso en el minuto 95.
Quedan las cábalas y las promesas al cielo. Usar la misma camisola sin lavar toda la temporada, no ver los partidos, sólo ver el primer tiempo, encender velas o jurar a todo un planeta que, si el Manchester City ganaba la Champions, se juntaban a hacer conciertos como en el caso de los Gallagher, a pesar sus estúpidas diferencias personales.
El ManCity se corona campeón de la Champions el 10 de junio de 2023 gracias a un gol de Rodrigo Hernández en el minuto 68, con asistencia de Bernardo Silva. Lanza un potente derechazo a media altura pegado al palo que se convierte en el único tanto del partido, haciendo campeones a los citizens.
* Suena el teléfono:
- “Noel, soy Liam”.
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