lunes, 9 de diciembre de 2024

EL ENEMIGO DE ACEITUNO

“Lo que pasa es que tenés una visión eurocentrista de la cultura, Luis”, le dije a Aceituno. “Lo que pasa es que te falta leer, JP”, me espetó con su sonrisita típica, ojos agudos, la calada del cigarrillo y el humo escurriendo para arriba de sus mejillas y haciendo cabriolas con su pelo aun negro.

 

Yo tenía 25 años y Luis 43. Discutíamos sobre cómo hacer un mejor periodismo cultural y que no todo era grandilocuente y que había que voltear a ver a la escena local. Creía yo, que yo iba a revolucionar el periodismo cultural con el sólo hecho de querer hacerlo. 

 

Luis me dijo que no podía haber periodismo cultural en un país que la cultura era de la muerte y yo le respondía que tenía que ver en cómo vendemos el periodismo para generar cultura. Es decir, Aceituno tenía una visión filosófica y yo una postura de mercadeo. Sí, se pueden reír.

 

Me ofendió que me dijera que me hacía falta leer porque yo a esa edad había leído todo y era arrogante como la mierda porque me fluía escribir mucho. Así empezamos la relación con Luis Aceituno que mientras escribo esto, tiene horas de haberse muerto.

 

Lo odié porque sabía muy dentro de mí que tenía razón: que me hacía falta estudiar mucho y que no podía existir periodismo cultural en este país. No al menos desde la visión de los grandes medios de comunicación que eran referente en aquel tiempo.


Conforme los años me dediqué a leer más y más para demostrarle lo contrario, pero fui descubriendo que tenía la razón Aceituno: no puede existir cultura – bajo el precepto artístico – sin que existan otras condiciones sociales, económicas, políticas, resueltas. Nuestra cultura es entonces la carencia y de allí se parte para construir lo poco o mucho que se pueda ejercer con un sistema que tiene la cabeza y el corazón duro a la sensibilidad humana.

 

Esta pelea, fue sólo en mi cabeza y viví enojado con él muchos años. Entiendan que era un cretino yo. Tenía una especie de envidia por su talento, su carisma, sus lecturas, sus viajes, su tiempo, de su capacidad telúrica para la literatura, de su exquisito gusto para la música, de la sensibilidad para la plástica, del ojo absoluto para el cine.

 

Yo lo único que tenía en esos años era un orgullo perro que sólo me sirvió de estaca y pita. Estoy segurísimo que Luis no se enteró de esto y si se habría enterado, se hubiera cagado de risa, encogido de hombros y seguido con su camino luminoso dejando la estela de tabaco. “No seas mula”, habría dicho con una palmada en la espalda y yo me habría ido tras de él.

 

Conforme los años coincidimos y platicamos y compartimos y fumamos y brindamos. Lo descubrí un tipo culto, accesible, cabrón, intelectual, incisivo, sensible, enciclopédico. Mi formación periodística cultural tiene cátedra de Aceituno a través de leerle. Me di cuenta de ello porque guardo una carpeta – un Trapper Keeper, para ser más exactos – con artículos que recortaba de los periódicos en las secciones de cultura.

 

Allí hay de todo, pero predomina el impacto de Aceituno: sus columnas, los reportajes internacionales, las entrevistas locales, las notas, las crónicas de conciertos, las críticas de arte o teatro, las sugerencias, todo. Escribía poco (en el periodismo me refiero) pero curaba mucho, editaba, aconsejaba, dirigía el navío y vaya que lo logró como los grandes. Más que una estatua – coincido con Maurice – merece un libro.

 

Nunca tuve una amistad cercana con él, nunca fue mi maestro, ni mi editor, ni nada. Le admiré en secreto y fervientemente con la esperanza de llegar a lograr escribir algo que se le acercara a su tenacidad lingüística. Fui su alumno en silencio y muchos, seguramente, compartiremos eso.

 

Leo las condolencias sobre su deceso y se me estruja el corazón saber todo lo que significó Luis Aceituno para cada uno de nosotros, para la comunidad artística – intelectual, para el periodismo, para el país. Esta es una pérdida mayúscula, inesperada y por lo tanto, dolorosa.

 

Leo lo que ustedes escriben sobre él y los abrazo en su dolor. Estamos de luto todos, sépanlo. Si esto nos pasa a nosotros, no quiero imaginar las horas que transita en este momento la escritora y académica Gloria Hernández, su pareja. Desde este humilde espacio, recibe Gloria, mis condolencias y solidaridad.

 

Este país no lo merecía y sin embargo regresó pudiendo ser grande en otro lado, vaya terco, vaya talento de terco, se decantó por Guatemala y este país era su enemigo, él lo sabía, pero lo combatió de frente porque alguien debía de hacerlo y ese valor, esos huevos, no quedarán en el olvido.

 

Le vi la última vez parado en la esquina del Centro Cultural Metropolitano esperando cruzarse, le pité y la saludé desde la cabina de la camioneta y mi saludo y ruido se mezcló con el del tráfico de la séptima avenida un día equis a mediodía. Habíamos quedado de hablar.

 

La penúltima vez que le vi fue para la presentación del libro “Rebeliones sin masas”, de Arturo Taracena y Rodrigo Véliz en la librería Catafixia, donde habló el presidente Bernardo Arévalo. Se sentó detrás de mí junto a Gloria. Fue el 19 de julio de 2024.

 

Cuando terminó la actividad, nos saludamos, platicamos de todo y lanza: “Se siente raro tener un presidente que lea, investigue y sepa. Por eso la élite no lo quiere: es más grande que ellos”, su sonrisa icónica, el filo de los ojos, la risita. Quedamos de hablar por un proyecto que se nos ocurrió un par de meses antes.

 

La antepenúltima vez que lo vi fue el 30 abril de 2024 para una actividad de parte de CREA del Ministerio de Cultura, fue un foro sobre el periodismo llamado “Culturas en Medios de Comunicación en la Posmodernidad", en la Biblioteca Nacional. Hablamos largo y tendido junto a Aceituno, Eduardo Blandón y mi persona.

 

Quedamos con Luis en hacer una serie para el podcast cultural de Tangente, una serie deconstruyendo el arte, la cultura y el periodismo en Guatemala, íbamos a tratar literatura, teatro, música, plástica, filosofía, todo lo under, políticas públicas y privadas. Genial, al fin iba a poder hacer algo con Luis. Quedamos de hablar.

 

La muerte de Aceituno es un luto más negro del acostumbrado, en el país del duelo que no cesa.



(FOTOS TOMADAS DEL ARCHIVO DE FB DE CREA)

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias, Juan Pablo, por este homenaje a mi Luis, a mi Aceitunito, como solía llamarle. Y sí, me costará salir de las tinieblas del dolor y de la ausencia. Un abrazo.

Anónimo dijo...

Y se sentiría agradecido por tan certero y merecido homenaje. Buen viaje al maestro, estamos seguros que ya llegó. D

Lucia Escobar dijo...

Tremendo dolor su partida inesperada. Se va extrañar mucho su calidez humana, su inteligencia y su risa.

Prado dijo...

Hay que juntarse a brindar por la memoria del maestro involuntario que fue Luis de todos nosotros.

Marta Sandoval dijo...

Que lindo texto. Luis deja un legado enorme en todos los que nos llamamos sus alumnos

Anónimo dijo...

sentido y conceptual texto.